Eran apenas las cuatro de la madrugada, donde el manto oscuro llamado noche aún reinaba el exterior acompañado de aquellos lindos destellos en dorado con la etiqueta de estrellas. Aún así, apesar de la hora que era, y la corriente fría que corría por la gran extensión de aquél apartamento, Tom decidió levantarse, más que nada porque sentía un nudo enorme que le atormentaba el sueño de manera horrible, produciéndole una sensación de respiración escasa.
Se sentó en la cama, observando así aquél cuerpo cálido junto a él, que, gracias al cielo seguía en aquél profundo sueño, lo que le hizo soltar un suspiro pesado. Cambió su posición hacia la orilla de la cama, quedando frente a frente con aquél cuadro de cristal que apesar de la delgada y traslúcida cortina, dejaba ver hacia su exterior aquellas luces de distintas tonalidades, las que producía la gran ciudad llamada Londres.
Sus pies colgaban de la cama, no alcanzaba el suelo con exactitud, por lo que los balanceó en el aire un rato, observando con detalle cada movimiento que éstos hacían, aunque aquello no era lo más divertido del mundo, le hacía centrarse en otra cosa. Atrás y adelante, atrás y adelante, algo que el británico tenía en su mente, un patrón. Algo estúpido, pero no podía corregir ese estúpido error de su existencia, solía darle más importancia a cosas que, a decir verdad, no lo merecían.
Con dificultad logró dar el pequeño salto del alto colchón hacia el suelo, retumbando por la habitación el sonido de sus pies descalzos contra el piso de madera. Temblaba de manera notoria, pero tampoco pensaba darle importancia, la cabeza le daba vueltas horriblemente mal, y sólo sentía como si fuera a gritar en cualquier momento.
Se dirigió hacia el baño del lugar, a paso lento, con la mirada baja y una expresión inexistente, casi era como ver a un maniquí con vida. La palidez en su rostro era aún más notoria, quizá por la luz de la luna, quizá por su estado anímico, o, quizá, por ambas. Al abrir la puerta, cerró con cuidado ésta, dejando las yemas de sus dedos rozando por unos instantes la fría, blanca y rugosa madera. Por más que pusiera atención en algo, su mirada seguía apagada, o aquella diminuta curva diaria en sus labios ya no estaba.
Giró su rostro hacia aquél objeto tan delicado que tenía la función de reflejar cualquier figura, chocándose con un cabello bastante desarreglado, mirada técnicamente perdida y tez tan blanca como el azúcar, aunque en realidad se sintiera amarga. Subió su vista hacia una de las zonas que según él, era de las más sensibles, notando gracias a aquél gesto que toda la piel que le cubría era decorada por horribles manchas de colores rojizos, pero en la gran mayoría, púrpuras. Recordó todo bien, perfectamente bien, sintiendo las lágrimas nacer en la parte inferior de sus cuencas, dándoles un leve brillo cristalino, casi cambiando por completo las cosas. Pero ésto no fue por sentimientos, más bien fue un reflejo de su cuerpo al producir una arcada, obligándole a llevar el dorso de su mano por sobre su boca.
Se sentía asqueado, de su cuerpo y decisiones. Palabras, pensamientos, existencia, se sentía utilizado, despreciado y tirado al suelo como un trapo sucio, pero todo aquello por él mismo. Como si estuviera frente a sí, y apesar de verse en las peores circunstancias de desesperación y dolor, se dejase caer, una vez más.
Se sujetó al lavabo con ambas manos, utilizando más fuerza de la debida, volviendo sus nudillos blancos. Pero no estaba consciente, solo quería regresar el tiempo atrás.
Literalmente, se había vendido a su enemigo solamente por salvar las vidas e inocencia de aquellos que amó, ama y amará. Por cuales juró dar la vida si era necesario, y allí estaba cumpliendo su palabra, el destino era bastante cruel si lo quería.
Rascó el lugar donde deberían de haber ojos normales, para luego inclinarse y beber algo de agua, con la respiración un tanto agitada. Quería llorar, mucho, a montones en realidad, pero no. Cada lágrima a la que le permitía caer, dejaba detrás un camino de dolor y amargura, y, para ser sincero, estaba harto de eso.