» La Mujer Carmesí.

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Hace muchos años, nadie sabe cuántos exactamente, en un pequeño pueblo rural, cuya ubicación también es desconocida, una mujer preparaba una velada romántica para su marido, pues cumplían un año más de matrimonio.

Velas iluminaban el comedor, y la mujer con su vestido carmesí resplandecía tanto como aquellas llamas que le daban luz. Minutos pasaron de la hora acordada y el marido no aparecía, ella pensó que se debía a un retraso de él en su trabajo, así que lo dejó pasar. Sin embargo, los minutos se volvieron en una hora, luego dos, tres, y así sucesivamente.

Con las velas casi consumidas por completo, la llama que alumbraba el lugar finalmente se apagó. La mujer cansada de esperar, y decepcionada de su marido por no llegar a la cita, se puso de pie para ir directo a su habitación, dejando la cena en la mesa y sin siquiera quitarse el vestido, se dejó caer en la cama a la par que las lágrimas salían sin control alguno, arruinándole el maquillaje.

La mujer no supo cuando se quedó dormida por el cansancio del llanto, pero despertó cuando escuchó ruidos en el interior de su casa. Aún era de madrugada, y la casa continuaba a oscuras, salvo por aquellos destellos provenientes de la luna llena de aquella noche.

Lentamente, ella se levantó y tomando la primera cosa que encontró a su alcance, la uso como arma, sus manos temblaban y el miedo le aceleraba el corazón; pero aquel miedo se esfumó cuando reconoció la silueta de su marido caminando por la sala, con dirección a la puerta principal.

Ella lo llamó por su nombre y el sujeto se detuvo a mirarla. La mujer, encendiendo las luces, reconoció el rostro de su marido. Éste le miró con desprecio y completo desagrado. Ella volvió a llamarlo, le preguntó qué es lo que estaba haciendo, aunque las dos maletas que sostenía el hombre ya le daban una respuesta.

El sujeto no dijo nada, solo dio media vuelta y tambaleándose siguió su camino, ella lo alcanzó antes de que saliera, pero éste, entre balbuceos sin sentido, le empujó hacia atrás haciéndola caer al suelo, para que segundos después, su marido pudiera escupirle directo en la cara.

La esposa había detectado el aroma a licor en su marido y aquello solo la decepcionó más. Lo miró atravesar la puerta de la entrada y tras lanzar las dos maletas en la parte trasera de su camioneta. No reconocía a aquel hombre que estaba viendo; pero cuando lo vio subirse al vehículo, fue cuando ella comprendió totalmente que su marido en verdad la estaba dejando.

Levantándose y corriendo hacia él, intentó detenerlo, pero el hombre ya había puesto en marcha el vehículo. Entre gritos y llanto le pidió que se quedara, pero solo logró despertar a los vecinos. En un intento desesperado por hacer recapacitar a su marido, se adentró en el bosque, tomando un atajo que la llevara a las afueras del pueblo.

«Tal vez si le bloqueo la salida se detenga y hablemos» pensaba mientras corría descalza entre la tierra y raíces de los árboles.

Pero sus pensamientos y deseos estaban muy lejos de la realidad.

Con la respiración agitada, el vestido sucio, rasgado de algunas partes y los pies cansados de tanto correr, pensó en darse por vencida, sin embargo, la idea se esfumó de su cabeza y aceleró aún más el paso en cuanto divisó las luces delanteras del coche.

Solo unos metros la separaban de la camioneta.

Logró llegar a la carretera a tiempo, al lugar exacto donde se marcaba la terminación geográfica de su pueblo. Se puso en medio y a pesar de que las luces apuntaban directo a su cara, lastimándole la vista, ella se quedó estática aguardando la detención del vehículo de su marido.

Lo cual él nunca hizo.

El hombre quien seguía tomando, apenas percató la silueta femenina frente a él, intentó sacarle la vuelta, pero había sido demasiado tarde, el parachoques alcanzó a golpear con fuerza a la mujer, levantándola en el aire y haciéndola estrellarse con el parabrisas, recibiendo un golpe en la cabeza y varias cortadas por el cristal en su cuerpo.

La mujer cayó al suelo. La vida se había ido de ella, dejando inerte el cuerpo a mitad de la carretera con un charco de sangre a su alrededor, y del marido no se volvió a saber.

O eso fue hasta unos días más adelante de aquel trágico momento.

Una camioneta fue encontrada, estampada contra un muro de concreto, con un hombre fallecido dentro, en el pueblo siguiente. La policía había relacionado los accidentes, pero ninguna persona podía reconocer el rostro desfigurado del sujeto —su rostro había estampado contra el parabrisas rompiéndolo e incrustando los cristales en su piel— y tampoco se atrevían a relacionar directamente al hombre con la mujer, por lo que el caso nunca pudo ser concretado.

Ahora, se dice que todas las noches, entre las penumbras del límite de ambos pueblos, una mujer en vestido carmesí deambula, buscando desesperadamente a su marido que la abandonó sin razón tiempo atrás.

La silueta femenina aparece paseándose entre los árboles del bosque que rodean los poblados, cruzándose en el camino de los conductores cada vez que escucha el ruido de un motor acercarse, gritando desesperadamente el nombre de su amado.

Sus víctimas terminan fallecidos en choques automovilísticos, y aquellos pocos a los que les ha perdonado la vida, aseguran que no pueden reconocerle el rostro después de su encuentro.

Muchos toman sus precauciones cuando viajan por carretera en pueblos pequeños, evitando la noche, pero hay otros que no creen lo que escuchan y piensan que solo es un mito urbano, pero eso es porque nunca se han topado con la mujer carmesí.

La Mujer Carmesí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora