Y un día abres los ojos y despiertas de esa pesadilla de soledad y angustia que te embriagaba cada noche de tu patética existencia.
Y ahí está, observando cada centímetro de tu piel, analizando hasta el último rincón de tu ser, esperando a que despiertes para ofrecerte el mejor de los momentos.
Porque las personas somos, al final de todo, momentos en la vida de los demás. A veces tan fugaces como las estrellas, otras sin embargo, arrolladoras como la peor de las tempestades.