- ¿Irás al bar hoy? Tocará un grupo nuevo.
Mariela siempre tenía buenas excusas para ir a cualquier bar. Hoy era un grupo nuevo, hace dos días un concurso de baile, una semana atrás las dos horas de trago gratis para chicas. Siempre encontraba razones y seguiría encontrándolas. Yo en cambio no necesitaba nada de eso, era mi obligación ir donde se concentraba tanta gente, tantos candidatos; por lo que el bar a cinco cuadras de la universidad era el lugar ideal.
Ashley y Sara empezaron a parlotear sobre lo interesante que sería la noche y las nuevas conquistas que podrían realizar. En el caso de Ashley la reconquista que quería emprender. Su enamorado la había dejado por una chiquilla recién ingresada, diminuta y delgaducha, no era la gran cosa, su única ventaja era ser más joven que la rubia sentada frente a mí, tan joven que aún no cumplía la mayoría de edad. Sara por su parte se me parecía mucho. No tenía una pareja estable y conseguía un chico distinto cada vez que quería. Ella lo hacía por placer, yo por necesidad, esa era la única diferencia.
- Entonces iremos. Nos vemos ahí a las nueve.
El trío de chicas desapareció en el gentío que se desparramaba de los salones a causa del cambio de hora. Permanecí sobre mis pies por escasos segundos hasta que visualicé el objetivo. Richard Fonseca. Estaba sentado en una de las bancas del jardín junto a dos musculosos y un chiquillo retraído que apenas captó mi atención.
Me pasé los dedos por el pelo tratando de arreglar el desastre causado por el viento y me dirigí hacia él segura de mi misma. Me había sonreído con demasiado interés por una semana entera en la biblioteca, fingía leer mientras me miraba y se había sonrojado en más de una ocasión cuando me atreví a saludarlo. Era perfecto, yo le atraía, no podía desperdiciar esa oportunidad.
Los musculosos le golpearon las costillas y desordenaron su rizado cabello cuando me vieron caminar hacia ellos. Eran unos chiquillos tontos. ¡Aj! Tenía que hacer de niñera.
- Hola Richard. Sus amigos rieron entre dientes ante mi saludo, Él no contestó, se limitó a alzar una ceja. Pese al desplante no me amedrente y continué, ya habría tiempo de que me pagase esa ofensa.
- ¿Por qué no vienes al bar hoy? No hacía falta decir a cual bar me refería, toda la universidad acudía al mismo siempre. Esperé una respuesta esta vez pero el muchacho no contestó. Recordé entonces los pretextos de Mariela para ir a beber cualquier día.
- Escuché que tocará un grupo nuevo- le solté antes de que se me olvidara que decir. Los cuchicheos de los musculosos me estaban distrayendo.
- Es probable que vaya— respondió al fin. Sonreí tontamente y me fui sin despedirme.
¿Acaso me había equivocado? El chiquillo me estaba rehuyendo y ese no era el plan.
Me dirigí hacia el baño y observé mis ojeras y mis líneas pronunciadas en el rostro, no era mi mejor día. Lucía fatal, tenía que mejorar mi aspecto si quería lograr mi objetivo esa misma noche. Sólo había un lugar donde podía ir y no era precisamente un salón de belleza.
Salí con tanta prisa que varias personas voltearon a verme, susurrando ¿qué habrá pasado? No me detuve y seguí como un bólido hasta llegar a la avenida principal. Una vez lejos del murmullo universitario corrí por los campos de cultivo que rodeaban el recinto, casi sin rozar el maíz atravesé las hectáreas que me separaban del edificio al que me dirigía. Para cualquiera, ese hubiese sido el camino más largo; lo más normal habría sido tomar un taxi y esperar unos treinta minutos sentada hasta llegar a las oficinas de CAM, la nueva mina abierta en la ciudad.
Me tomó sólo unos minutos encontrar el lujoso edificio de cinco pisos. Era demasiado moderno para la ciudad. Las paredes íntegramente de vidrios- espejos, habían suscitado más de una discusión y hasta protestas por desentonar con el aire conservador y autóctono del lugar.
Las banderas de varios países me dieron la bienvenida mientras flameaban, eran los lugares donde CAM operaba. Conocía todos y cada uno de ellos, no había país en el que no hubiese estado aunque fuese por error.
Saludé a los dos hombres de seguridad, que apenas se inmutaron ante mí, eran una buena imitación de terminator. No hacían falta presentaciones, acudía cada semana con permiso explícito de uno de los gerentes, siempre era bienvenida.
Me dirigí de inmediato hasta la tercera planta. Mis zapatillas hicieron un ruido estridente al chocar con el encerado piso. Todos me vieron pasar, asistentes, secretarias, mensajeros. Eso me tranquilizó, tendría que portarme bien, si fallaba un poco tendría que buscar buenos abogados o mudarme otra vez.
- Hola, se encuentra Julio.
- No.
Odiaba tanto a esa secretaria que pronto le daría una sorpresita por sus atrevimientos. Sabía muy bien que Julio estaba en su oficina, podía verlo a través del cristal de la puerta, no sabía por qué la tonta cuatro ojos me lo negaba, o mejor dicho si lo sabía pero no lo entendía, era amor.
- Lo esperaré — le anuncié mientras tomaba asiento en el estrecho sillón blanco de cuero, concordante con toda la decoración minimalista del lugar.
La chica se encogió de hombros, ¿acaso quería guerra? Yo le daría una que no olvidaría jamás.
- ¿Cuál es tu problema? Sé muy bien que está ahí adentro. ¡Vamos!, podría hacer que te despidan por esto. Sólo anúnciame y ya, no lo hagas del modo difícil.
- ¡¡Eres una zorra!!
Reí sin poder contenerme, sin duda tenía razón. Yo podría ser todo lo que se me antojaba.
- Y tú una tonta. Escucha; sé su novia, prometida, amante, cásate con él, tengan hijos, haz lo que quieras con él, yo no lo quiero para eso. No soy un obstáculo para ti y tus planes de princesa enamorada. ¡Qué ridículo!
El odio invadió sus ojos, si hubiera podido me habría matado ahí mismo. Pero como era obvio no podía hacerlo.
- ¿Vienes por dinero?
Resoplé.
Julio salió de su oficina con unos papeles en las manos, me observó y ensanchó su sonrisa por el júbilo. Yo era más que una vista, una amante o alguien que venía por dinero. Era su dueña.
El respondió ante mí como un canino frente a su amo, poco faltaba para que meneara la cola.
- ¡Eliana! Pasa por favor. ¿Qué haces aquí esperando?
- Hem. Conversaba con tu secretaria. Frunció el entrecejo, era claro que no creyó la mentira.
Su oficina lucía igual que siempre. Un escritorio grande abarrotado por papeles y dos computadoras, un archivero de metal, un librero y una cafetera. Después de todo, las cosas se parecen a sus dueños y él tampoco había cambiado.
Julio era el típico ejecutivo, alto y atlético. Su tez canela y ojos caramelo lo habían catalogado como el soltero más codiciado de toda la compañía, aunque él no tenía ojos para nadie, a menos que yo se lo ordene.
Hacía ya un año y tres meses que lo había conocido. Una exposición de arte había sido el pretexto perfecto. Yo me había mostrado como una experta en la pintura del renacimiento italiano, él cayó embobado ante mis acertados comentarios, ni siquiera el moderador podía conocer tanto. Ninguno de ellos había vivido en esa época.
- ¿Cómo has estado? ¿Cómo van las conquistas?
- Bien, como siempre— mentí. Aún me provocaba una punzada en el lado izquierdo el desplante del muchacho de tercer ciclo. No estaba acostumbrada a esa clase de trato.
- Te necesito más que nunca, por eso estoy aquí, creo que lo sabes. Sonreí y me acerqué hasta tenerlo respirando de mi aire. Era tan fácil ponerlo a mi disposición, que hasta llegaba a repugnarme su falta de carácter.
Me puse a su espalda y deslicé mis manos hasta llegar a su pecho. Acaricié sus hombros y le susurré al oído con voz zalamera, ¿me extrañaste? Apenas pudo asentir. Cerró los ojos y esperó con paciencia que me acercara más...
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¡Un día más!
Teen FictionEl grupo de amigos empezó a reír desmedidamente por el disparate que había dicho, mas, el muchacho enmudeció. Retiró su mano como si le quemara lo que estaba tocando. La sombra de la muerte rodeaba su cabeza. Había provocado que los cuervos se estre...