Victoria Notte

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Harper no esperaba que la ocurriera lo que ocurrió aquella mañana precisamente aquella mañana.
Ya había pasado una semana desde que había empezado el curso, y todo parecía exactamente igual de deprimente que el año anterior: comiendo en la mesa del fondo con pequeños grupos de amigos que permitían que estuviera ahí, que la trataban bien, pero que tampoco tenían ningún interés en llevar su relación a más.
Aprobando por los pelos, quedándose en casa cada fin de semana, ansiosa por ir con su padre al cine cada mes, aburriéndose hasta el punto de ir a dar una vuelta por el bosque las tardes que no tenía nada que hacer.
Sí, ese año iba a ser igual de aburrido.
O eso parecía. Un atisbo de esperanza apareció el lunes siguiente.
Cuando estaban en mitad de clase de matemáticas, la puerta se abrió.
Apareció la directora, la señora Marshall, con su habitual cara de odio a lo humano.
Se acercó al profesor Higgins y le susurró un par de cosas.
Nada fuera de lo común.
Resoplando, el señor Higgins se puso de pie y salió al pasillo con la directora. Apareció después con una chica que Harper no había vista en su vida.
La chica tenía el pelo negro, muy negro, largo y liso. Miraba con una sonrisa llena de confianza y seguridad al resto de la clase. Sus ojos eran azules claros, casi grises, y llamaban la atención. Harper se quedó mirándolos fijamente.
La chica tenía la piel muy pálida, y vestía de negro por completo: pantalones negros, botines negros, cazadora de cuero negra, ...

Todo parecía oscuro en ella y, sin embargo, la expresión de su cara, aunque desde luego fuera de lugar para ser la nueva, parecía hasta amigable.
A Harper la sonrisa se le hacía hasta simpática, y eso que miraba a todos como si supiera todo sobre ellos, y ellos, ignorantes, no supiesen nada de ella.
La chica la miró de repente a ella, y su cara cambió. Harper, avergonzada, agachó la cabeza.
—Hay nueva alumna, chicos. ¿Quieres presentarte? —inquirió el profesor, aburrido.
—Soy Victoria Notte, y acabo de mudarme a Argent Hill —su voz era cautivadora, y hablaba con una confianza envidiable. Tenía un acento bastante extraño, como un británico tosco. Cuando acabó, sonrió sin enseñar los dientes y se sentó al fondo.

Cuando avanzaba hacia allí, todos se habían vuelto para mirarla.
—Tiene que ser de la familia que ha cogido la casa esa que está en medio del bosque —oí que susurraba Sarah, mirándola fijamente.
¿La casa que estaba en medio del bosque?
Harper no sabía nada de eso. Tenía que estar hablando de la casa que estaba en los lindes del bosque, de hecho, a un par de calles de la suya. Era una vieja mansión que había pertenecido a un señor mayor que había muerto en verano, y que del que Harper no sabía nada.

¿Sería Victoria familiar suyo?
Bueno, daba igual. Seguramente acabase entre los populares. Tenía toda la pinta.

Cuando el profesor reanudó la conversación, Harper notaba la insistente mirada de Victoria en su nuca. ¿Por qué la miraba fijamente? Estaba segura de que la estaba mirando.
Apenas podía concentrarse en los ejercicios.

Al acabar la clase, se levantó la primera y prácticamente corrió hacia las taquillas. Aquella mujer la estaba poniendo nerviosa.
La abrió con prisa y sacó los libros de biología.
Cuando cerró la taquilla, casi le dio un infarto. Demasiado cliché o demasiado preparado, pero Victoria estaba en la taquilla de al lado, sacando sus cosas.
—¡Hola! —la saludó alegremente.

Harper sintió que se le congelaba el cuerpo. ¿Por qué la saludaba?
Tragó saliva y retrocedió un paso. Su presencia imponía. Eran de la altura, pero Victoria era... bueno, llamativa, y no lo pensaba por el físico. Era como su actitud, sus gestos tan naturales, esa confianza...
—Hola... —medio-susurró la otra.
—¿Cómo te llamas? Yo soy Victoria Notte. Estabas conmigo en clase, lo sé, pero igual se te había olvidado.

Con tranquilidad, la dio dos besos.
Harper, inmóvil, casi se puso roja. Tanta efusividad...
—Me llamo Harper Black. Y sí... me acuerdo de tu nombre...

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