Venganza

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Harper salió de la casa a toda prisa. Bajó corriendo los escalones del porche y atravesó el jardín en dos zancadas. Oyó cómo la puerta se volvía a abrir tras ella y empezó a correr aún más rápido. Menos mal que no tenía ni un solo par de tacones, porque a punto estuvo de partirse el tobillo al tropezar con la acera.
Cuando la sensación de que la seguían la abandonó se paró a tomar el aire.

Miró dónde había acabado, y descubrió que estaba a tan sólo una calle de su casa, en mitad de la carretera.
Era de noche y no había nadie, salvo un chaval de su edad que la miraba fijamente.
Este se acercó a ella, y Harper vio que andaba con dificultad, parecía cansado.
Cuando le tuvo a un par de metros, le observó mejor. Tenía en la cara varias cicatrices recientes. El pelo desordenado y la ropa hecha jirones.
—¿Dónde está la casa de los Black? —preguntó con una voz gutural que la puso los pelos de punta, mientras se acercaba más. Tenía ojos de psicópata, y la respiración acelerada.
—Y-yo... no sé. No conozco a ningún Black.

El chico se calló unos segundos y cerró los ojos.
Cuando los abrió, eran dorados.
—Mientes —dijo con voz aún más ronca. Su cara empezó a mutar hasta que formó un hocico de perro donde antes había una nariz y una boca. Harper, paralizada, no podía ni gritar de terror. Trató de salir corriendo, pero sus piernas no se lo permitían.
El chico olisqueó el aire.
—Tú. Tú eres una Black.

Entonces levantó la cabeza y aulló con fuerza.

Harper no perdió un instante y salió corriendo de vuelta a casa de su tío tan rápido como pudo. Asustada, la adrenalina hizo mella en ella y empezó a dejar de sentir el dolor o el cansancio.

Oyó los pasos mucho más rápidos de aquel individuo en su espalda e intentó acelerar. Se centró en su respiración, aunque en el fondo sabía que no tenía posibilidades.

En uno de los jardines del vecindario vio una pala, y no se lo pensó dos veces antes de correr a por ella.
El bicho estaba un metro por detrás suyo.
Tan veloz como pudo, se agachó a coger la pala y del mismo movimiento golpeó al chico que...

Dios.
No había un chico.
Detrás de ella había una criatura horrible. Tenía cara de lobo: un hocico enorme y gris, lleno de dientes y con unos colmillos más largos que sus dedos, ojos dorados salvajes y orejas en punta, preparadas para todo.
Su cuerpo había cambiado. La ropa que antes tenía destrozada, ahora rodeaba una superficie peluda llena de sangre. Sus brazos eran el doble de anchos y, en vez de manos, unas enormes garras de varios centímetros apuntaban hacia ella.
La pala le dio en el pecho, y el animal ni siquiera se inmutó.
Las luces del vecindario empezaron a encenderse, pero Harper no se dio cuenta.
El lobo aulló aún más fuerte y lanzó un zarpazo contra ella.
Al esquivarlo, cayó al suelo.
Con la pala aún en la mano, intentó golpearle dónde pudo; pero fue inútil.

El hombre lobo agarró la pala y la lanzó muy lejos, a la carretera, donde resonó por toda la calle.
Harper, temblando, vio antes de perder el conocimiento como las garras de aquello se dirigían a su cara con fuerza.

*****

Victoria se despertó con el sonido de alguien llamando a la puerta. Miró el reloj del móvil y vio que eran las once y media de la noche.
Sintió como sus padres corrían hacia allí y ella les imitó. ¿Quién podía ser a aquellas horas?

Llegaron al vestíbulo y su padre les miró con advertencia.
—Tengamos cuidado.

Victoria tragó saliva y asintió.
Se abrochó bien la bata y reprimió el bostezo como pudo.
Su padre, alerta, abrió la puerta.
Al ver quién era, la mantuvo en parte.
Marcus Black, alterado, les miró con desesperación.
—Señor Black, qué... —empezó su padre.
—¿Está aquí Harper? —Marcus, acelerado, les miró muy preocupado.

LOS BLACKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora