Capitulo 9

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Había aparcado el coche junto a la empinada carretera llena de curvas. En la oscuridad, a sus pies, había edificios cuadrados de ladrillos rojos y enmudecidos, la industria clausurada de Necropolis , vías de tren con hierba entre las traviesas. Y más allá, los nuevos cubos con que se explayaban los arquitectos, el aire juguetón de las nuevas empresas, en contraste con la lúgubre seriedad de la vida laboral del pasado, cuando el arte solo era parte de una funcionalidad que buscaba ahorrar costes, no un ideal estético. Había decidido dar un rodeo ocultándose entre la maleza de los alrededores tomando un ramal. Con cuidado acelero el paso evitando los socavones y guijarros de los viejos caminos donde el asfalto era una quimera cierta ya que sabia que gracias a los avances de la mecánica estas vías habían quedado olvidadas y muertas para la mayoría de la gente. Hecho que èl agradecía, solo alguien con alguna intención se atrevería a ir por aquí, un lugar perdido y olvidado del mundo. Sus caros pero incómodos zapatos empezaban a jugarle una mala pasada y notaba como el roce de los dedos de sus pies iban creando unas incomodas ampollas. Hierbas silvestres crecían sin control entre arboles secos de ramas largas que le daban un aspecto fantasmagorico como si grandes y huesudas manos intentasen atraparlo. Al cabo de un kilómetro y medio llegó a una bifurcación en la que el ramal se dividía en dos. El de la izquierda, por el que había subido, descendía hacia la casa. El de la derecha giraba hasta unirse con la vía principal, recién terminada, en dirección al sur. Tras un rato llego a una vieja casa abandonada. Era un edificio de dos plantas y sin ningún interés arquitectónico de apariencia humilde el cual hacia largo tiempo que sus moradores habían dejado el lugar. La puerta de entrada podrida y descolorida chirrió al ser empujada por el hombre. La suciedad era la reina del lugar. El polvo y los desconches en las paredes aumentaban el aspecto deshabitado. Saco de su bolsillo un viejo encendedor plateado y lo encendió. Una llama zimbreo dando una cálida luz pero su proyección era pobre apenas un par de metros de distancia lograba distinguir dentro del hogar. En un largo pasillo nacían sendas habitaciones a cada lado y moría en un salón. A medida que andaba hecho un vistazo a cada estancia pero la nada era lo único que quedaba allí aparte de baldosas descoloridas, rotas y manchas de humedad. Al llegar al salón se percato de un sofá roto que le faltaba una pata que le hacia parecer como un jiboso tullido. El suave aire que entraba en los ventanales rotos movían de forma lenta y pausada unas raídas cortinas que en otro tiempo habían sido quizás hasta blancas. Por un momento pareció que luz iba a extinguir pero extrañamente siguió luciendo. Berman dio un sobresalto cuando una sombra apareció de la nada en el cuarto contiguo. Llevaba una larga gabardina que le llegaba a los pies y un sombrero calado tipo fedora de color gris a juego con el resto de su atuendo.

-¿Cussler?.-dijo Berman entre la duda y el miedo.

-¿Siempre es tan impuntual con su citas, sr Berman?

Berman quedo helado al oír una dulce pero autoritaria voz de mujer.

-Tenia una cita con el alcalde. ¿Y el sr. Cussler?

-Su amigo debe ser muy tímido o muy reservado. Ha contratado un servicio de mensajería personal a su nombre. Soy de la compañía "La tinta de las chicas".

Berman asintió cuando oyó "La tinta de las chicas". Su dueño fue un avispado hombre de negocios que gracias a su genial idea ahora era millonario. Su original concepto de enviar mensajes privados y personalizados tatuados en las espaldas de bellas muchachas había sido toda una revolución. Utilizaban una tinta especial que desaparecía en cuestión de segundos. Una vez leído el receptor debía borrarlo con un disolvente especial. Así cuando la mensajera salia a repartirlo nadie mas sabia el contenido del mismo ni ella misma y después era borrado para que la chica fuese la mensajera para otro cliente. Actualmente había una lista enorme de jóvenes deseando entrar en esta selecta empresa aunque chocaba con la mas rancia y apolillada mentalidades de algún sector de la sociedad.

Jhon Caronte, Detective ZombieWhere stories live. Discover now