11 (Primera parte): El fiasco

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La incredulidad no me permitía mirar a Eliot en serio.

Él le sonríe a Noria al tomar nuestros platos, una señora que podría pasar por ama de llaves pero no está todos los días. Viene un día sí y un día no, hace lo propio y se sabe que su presencia pisó este lugar. Nos preparó el desayuno y presentó ante mí, sin necesidad de Eliot —que dormía cuando la conocí— y me dijo que no soy lo que esperan muchos. Compartíamos pensamientos.

Henos aquí, sigo incrédula.

—Quieren conocerte. —Limpia sus labios con la servilleta y la pone a un lado en la mesa.

—No, Eliot —me pongo en pie y termino el poco jugo de mi vaso hasta la lava platos. Apoyo las manos en él y lo veo—. No me agrada ser exhibida en ese plan.

—No lo veas de ese modo, Andy.

—¿Cómo lo veo, como algo divertido? No parece que vaya a divertirme.

—Tienes razón, pero eres mi novia —dice como si eso fuese la razón menos fehaciente—. Serlo es suficiente para que vayas conmigo del brazo y no sientas que te verán mis socios como un caramelo, y si así lo hicieran, estarás conmigo.

Le di la espalda y lavé mis platos —porque los que usó Eliot ya Noria los secó y guardó—, luego fui hasta su silla en la mesa y separé mis brazos para abrazarle desde la espalda.

—¿Tus padres irán, ambos? —pregunto camuflando mi tono por uno curioso.

—Sí —se mantiene derecho y toca mis manos—. Papá regresó de su viaje ayer y también estarán mis amigos.

—¿Tienes amigos?

—Voy a procurar no ofenderme, muñequita.

—No me importa ofenderte, en serio no creo que tengas amigos. ¡Eres don no tengo tiempo!

Blanqueó sus ojos y continuó comiendo. Mordí mi labio y aprecié parte de su rostro unos instantes antes de decidirme a arruinarlo.

—Eliot, hay algo que debo confesar.

—Esa es la frase que anticipa la tragedia —dice de vuelta usando el tono bromista, que poco usa, en verdad.

Chasqueé mis dientes, alejándome. No podría ser honesta tocándolo y sintiendo que hasta en eso le oculto. Porque si bien no estoy mintiéndole, ocultarle lo que pasó hace años es casi lo mismo y estoy segura que va a tomarlo como una mentira.

—Disculpen —Noria nos ve con gesto apenado y muestra mi celular que suena constantemente como si de una alarma se tratase—, tiene una llamada.

Veo a Eliot con desespero y sonríe abotonando su traje. ¿He dicho que su sonrisa es como una mañana de navidad mezclada con un maravilloso cumpleaños?

—Está lista antes de las ocho, paso por ti —acaricia mi mejilla y le doy un beso en su palma—. Aunque todo sería diferente si tus cosas estuvieran...

—¿Sí? —digo contestando la llamada.

Lo peor es que si hubiese sido una llamada importante valdría la pena, pero no. Fue una para cambiar mi plan de textos a uno ilimitado. No logré alcanzarlo y decirle; tampoco recordaba aceptar ir con él. Menudo embrollo.

Decidí que salir es bueno a esta instancia. Me despedí de Noria y fui caminando como si nada hasta el ascensor, hasta que alguien gritó que lo detuviera y presioné el botón que mantuviera las puertas abiertas. El muchacho que entró de sopetón agradeció sin mucho aliento y fue mi aviso para tocar el botón que diera a la planta.

—Gracias, de nuevo —me dice y asiento saliendo ambos del ascensor—. ¿Te he visto antes?

—Probablemente no —sonrío sabiendo lo que provoco, pero él empezó—. Ya sabes —hago ademanes a mi cara—, cara común.

La Pasarela de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora