2: Expectativa errónea

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Nunca se trató de ir en contra de lo que deseaban para mí. 

Mentiría si afirmara que no me divertía verlos sorprenderse por lo que había escogido como una carrera que no incluía ir a una costosa universidad. Sí, fingí no hacerlo, pero a solas sonreí por lo exageradas de las expresiones de mi hermana menor y mis papás. Y eso que no son personas intransigentes.

Ellos entendieron y me apoyaron contratando a quien supiera llevar mi carrera, para que no se dijera que no habían hecho lo impensable e indecible porque yo fuese una triunfadora. Así que si digo que mis papás son la base de quién soy, lo digo con todo lo que conlleva.

Pero no supimos que el tiempo sería una ilusión. Un alimento esencial del que poco te provees, como un tofu que si una vez se sustituye por carne, estás de suerte.

Nos enfriamos. Cambiamos. Priorizamos. Nos seguimos queriendo pero no estamos en el mismo lugar, ni continente.

Conocí a mi representante Esmirna cuando cumplí quince. Ella me aseguró que conseguiría hacerme, sino la mejor, una de las mejores en el campo del modelaje y le estaba pagando lo suficiente para que lo hiciera, pero con el pasar del tiempo y recibir tanto rechazos, de llantos y decepciones, de desesperanza, cuando logramos nuestras metas individuales y conjuntas, hasta ahora no ha hecho nada que me desagrade y nos volvimos más que contratada y cliente, buenas amigas y velamos la una por la otra. Ella salvaguarda mi vida pública y privada, y yo la suya, a su modo.

Cuando empecé mi carrera con todas las de la ley, Esmirna tenía una cita con un señor mal educado. Yo no quería tener nada que ver con eso; en verdad me sentía disgustada con la actitud de sus trabajadores y la suya, en general, la primera vez que fuimos a una prueba de vestuario. No tenía un buen recuerdo y mi juventud no veía que esta era una puerta que se abría ahora que se cerraban todas las posibles.

Era tal el privilegio aun para nosotras el que nos diera el mismo presidente otra cita y antes de cumplirse media semana que ninguna fue capaz de rechazarlo. No lo hicimos y fuimos, puntualmente, presentables y con la mejor cara, a verlo.

Este lugar no tenía sólo que ver con ropa íntima para mujeres —una de las tantas especulaciones en sus inicios—. A lo que se dedicaban además y esto es lo que interesa, era a crear máscaras. El resto es un simple adorno, algo que se necesita para vender el producto pero que fácilmente puede ser prescindible. Las máscaras y el conjunto de dos o una pieza que cubra a la mujer tienen sus similitudes pero lo que cubre tu cara es el protagonista. Sorprendente que algo así, que podría ser cualquier cosa tenga tanta relevancia y se venda como pan caliente. Realizarían una campaña promocional y me quisieron de modelo central y eso no es fácil de conseguir.

La voz de Esmirna me lo recordó constantemente.

No entramos a la sala de juntas, esta vez nos abrieron las puertas de una oficina. Me costaba disimular lo asombrada que estaba por los colores. Normalmente un lugar que ocupa un hombre es gris, negro, blanco, azul y quizás verde; pero en su mayoría, el escritorio, la alfombra, los estantes, los adornos, los sofás eran rojos. Rojos como la sangre. Negro, muy poco y sólo en un sillón y la silla tras el escritorio. Paredes blancas, sí y era mucho. Éstas las cubrían retratos eclécticos, algunos abstractos y uno llamó mi atención por tratarse de un castillo, como una fortaleza. Una puerta a mano derecha, casi colisionando con una columna, se abrió y mi representante y yo nos volteamos.

Fuimos recibidas por un rostro maduro y serio. El cabello que una vez fue negro está bañado en canas en los costados, cerca de las orejas. Su nariz es distintiva puesto que su grosura destacaba en todo su rostro. Hace falta un gran esfuerzo para dejar de verla.

—Buenos días, disculpen si tardé —su voz impregnó el lugar. No tan gruesa, no tan suave que no se oiga, ni chillona para ser molesta. Iba justa para su cara, madura pero sin dejar de ser atractiva a su modo.

La Pasarela de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora