27: Una oferta

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No dejo de pisar hospitales y en todas las veces que lo hago estoy de los nervios, preocupada o molesta.

Por fortuna Eliot no tiene huesos rotos, pero no podrá trabajar por un par de semanas. Tiene que estar en reposo y con lo mucho que odia no trabajar va a ser difícil que haga lo que le ordenen. Les prescribieron lo que sí necesita y en el mismo hospital se podía adquirir todo. Cristian nos ayudó con las bolsas haciendo que Eliot sume su irritación por no poder cargar nada y en el auto rumbo a su casa llamé a Esmie.

—Hola —dije recibiendo una pregunta importante—. No, no he subido a un avión. Voy a quedarme con Eliot..., tuvo un accidente, Esmie y no quiero dejarlo solo —hago silencio recibiendo su respuesta—. Lo sé mi deber es compensarte Esmirna hasta que muera —repito lo que dice monótona y río cuando saluda a Eliot—. Le diré. Inmensas gracias. Adiós.

Guardo mi celular y me acerco a la parte delantera del auto.

—Cris, ¿me dejas en el supermercado? —Sonreí sabiendo que dirá que sí.

—Claro, señorita —dice justo a tiempo para cruzar a la siguiente cuadra y tomar la autopista.

—Esmie te dice que te recuperes pronto y me dejes trabajar porque su sueldo viene del mío.

—Dile que gracias.

—Si vuelve a hablarme se lo diré —suspiro haciendo un recuento mental de lo que compraré—. ¿Puedo dejarte solo unas horas? Ya sabes, nada de barras, ni saltar la cuerda, ni conducir...

—Sí puedo, Andy —irrumpió mi lista de actividades que hace y no puede ni debe hacer.

—Vale, voy a confiar en ti... —Fruncí el ceño y rectifiqué—. Pensándolo mejor, Cristian, lo vigila, ¿quiere?

—No lo dude.

Nos hacemos de oídos sordos con las quejas de Eliot respecto a que quien le paga a Cristian es él, no yo. Se vuelve tan irritante con el paso de los minutos que al dejarme en el supermercado me planteé si tengo paciencia.

Y tengo mucha.

***

Cargué a la preciosa Fiorella en mis brazos y empezaron los regaños de Fran que Eliot se vio obligado a soportar. Ella me llamó en mis compras y al insinuar que me quedaré cuando sabía que me urgía irme sumó y multiplicó que solo algo grave podía retenerme. Asimismo me vino bien, Fiorella tiene la capacidad de calmar a quien le sostenga y yo carezco de calma.

—Eres un inconsciente, un cabezota. ¡¿Cómo se te ocurre conducir como si las calles fuesen un circuito de carreras cuando no se podía ver nada?! ¡Nada! ¿Cómo estás vivo, ah? Lo intento... —se pasea en la sala, masajeando su frente—. Intento ponerme en tu lugar y entender qué es tan importante que necesitabas pasar los ciento ochenta.

Dejé de mecer a la pequeña y vi a Francesca, sintiendo como pasó un frío por mis hombros a mi espalda.

—¡Y mira, mira el estado en el que estás! —le grita—. Es que cuando Dina me dijo que se quedaría a cuidarte no imaginaba que era por esto, porque conozco tus formas con ella, pero el que no cumpla con algo tan importante por ti tenía que ser delicado, ¡tú teniendo accidentes y te das la tarea de renegar de que tengamos el alma hecha jirones! Te callas —le advierto al él abrir la boca—. Prohibido terminantemente moverte de este departamento y Dina se irá, justo ahora.

Eliot la mira burlezco.

—Francesca, tú no puedes decidir por nadie.

—¿Ah, no puedo? —Nos miró sonriendo, retándole.

Todo lo posterior no me dejó camino que seguir a Fran y la molestia que la escoltaba. El que Eliot estuviese en esas condiciones apenas le permitía ponerse en pie como un anciano y al llegar a su puerta nosotras estábamos dentro del ascensor.

La Pasarela de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora