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Y la alegría de la niña cayó en un hoyo negro. No salía de su casa, no hablaba con casi nadie, no reía de manera escandalosa y ya no había brillo en sus ojos. Sus respuestas eran monosílabos y empezó a introducirse en un mundo fantasioso, alejándose del suyo propio. 

Su hermano iba, y regresaba a la realidad de su vida: él no vivía allí, él se iría y debía aprovecharlo. Y en esos momentos reía, y hablaba más, era cariñosa y salía de su casa. Luego, de nuevo al hoyo. Un círculo vicioso que parecía irrompible. 

Hasta que la muchacha se quebró. Y Héctor no estuvo para verlo. Lloró a cántaros, pidiendo a gritos ayuda, porque no sabía por qué se sentía así de vacía, de triste. Su vida estaba perdiendo el sentido, y solo tenía 9 años. Su madre la abrazó, y ella le contó todo: le contó que no aguantaba ya la burlas, que extrañaba a su hermano, que no quería ver a Gabriela porque le recordaba a él, que se sentía mala nieta por no haber estado más con su abuela, que le dolía cuando su papá le gritaba, que ya no podía defenderse de los golpes y que se sentía fea. 

Todas esas cosas le atormentaban, pero las contó. Y su hermano regresó. 

Hermano, eres mi héroe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora