Me siento extraño, me siento nada. Y aunque quiera contarle al Dios de Marte, sobre mis dolores; siento que hasta él mismo se ha ido lejos junto con sus ángeles.
Y de nuevo quedo solo, como todas las veces que estuve vivo en este mundo.
Soy sensible y me duele todo. Porque al ser tan ingenuo creyendo que habría un futuro como los que sueño a diario, él me enseño que tal vez soñemos en un mundo de fantasía pero que al dejar de soñar veremos que cada uno tiene su propia realidad y que lo único que nos conecta son los sueños que están solamente en nuestra cabeza.
Cada vez me duele más ser parte de este mundo. Me duele notar que el no haber perdido nada en esta vida es porque nunca he tenido nada. Entonces lloro en la soledad de un espacio limitado ya que soy el único que vive por alguien, y no cumple su propio sueño de morir. Mientras que ese alguien vive su realidad donde yo estoy lejos, donde probablemente desaparezca. Y ahí es cuando más duele, cuando das más de lo que debes y no tienes limites.
Todo esto parece como si le hubieran dicho a un niño que Santa Claus no existe y ahí es cuando más me odio. Me doy cuenta que la ingenuidad me ahoga y me vuelve ciego. Deja de ser un niño, madura ya.
Entonces al no saber que pensar o hacer, me limito a golpearme la cabeza y desear desparecer.