Capítulo 11

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Su rostro confundido me decía todo. La sonrisa no se borró de su rostro en lo absoluto, pero eso no significaba que no estuviera consternada.

– ¿Puedes repetirlo? – pidió parpadeando constantemente.

– Es decir... Esto podría ayudarnos a que concluyera más rápido esto... – dije en mi defensa y su sonrisa se borró para tomar lugar una expresión dura. – Bueno, también porque, probablemente no sepas mucho sobre el mundo mortal y yo no quiero que algún día te pase algo... – hablé rápidamente. – También porque me preocupa saber dónde te estás quedando... No quiero que tengas una mala estancia en el mundo mortal. – sus ojos brillaron.

– No tienes que preocuparte por mí, una vez que acabe esto ya no seré tu problema. – dijo con la voz rota y se giró.

– No, Zenda. – la tomé por la muñeca y la obligué a que se girara. Suspiré. – Quiero que te quedes conmigo...

Ella vaciló entre irse y quedarse.

– ¿Ah sí? – preguntó sin levantar la vista.

– Lo he estado pensando la noche entera y llegué a la conclusión de que serías muy buena compañía... No tienes que hacer nada más que quedarte a mi lado... Esto nos podría ayudar a ambos, ¿no crees? – le sonreí de lado y ella alzó su vista con esperanza en ella.

Asintió y me devolvió la sonrisa.

La solté y caminamos por los pasillos tranquilamente y en silencio. Llegamos justo a donde estaba Melissa y ella observó a Zenda por arriba de sus lentes.

– ¿Entonces? – dijo con un tono de fastidio del cual la chica ni pareció inmutarse.

– Diana tiene mi prueba, fue a dársela al profesor de avanzados para que firmara. – contestó la chica con su tono neutro.

– Sí, bueno, no va a llegar pronto... – refunfuñó la secretaria acomodando sus lentes para teclear algo.

– Te equivocas, Melissa. – llegó Diana con su entrada triunfal y azotó el papel en el escritorio de la susodicha. – Yo siempre estoy en todas partes. – se dio aires.

Me guiñó un ojo y espero pacientemente a que Melissa le entregara el papel oficial de inscripción a Zenda.

– Toma. – le entregó el documento con el sello. – Pídele al profesor Víctor tus horarios y puedes empezar ya sea a partir de mañana o hasta la semana siguiente. Es el plazo que les damos a todos para que recopilen el material que se necesita. – sacó otra hoja de papel. – Aquí está la lista.

– Le agradezco por su tiempo. – se despidió Zenda con amabilidad y ahora entendía claramente su frase.

Nos quedamos un rato en la entrada.

– Bueno, eh, yo tengo que ir a clase, pero... ¿adónde irás tú? – hablé rascando mi nuca.

– Supongo que como dijo, con el profesor Víctor. – señaló detrás de su hombro.

– Bueno, sí... – avancé un paso lejos de ella y luego me arrepentí volviendo. – ¿Adónde irás después?

– Dagon, que te quiera mucho no significa que no vaya a marcar tu casilla de asistencia con un retardo. – habló Diana por encima de su hombro agitando su mano mientras se dirigía al salón.

Me giré hacia Zenda.

– No te preocupes, voy a estar bien. – acarició mi brazo con su palma y después se dio vuelta para perderse por la puerta.

Me quedé un momento observando su silueta perderse en las calles y luego me dispuse a ir a la rutina.

Zenda no salía de mis pensamientos en todo el día, sin embargo mi concentración e inspiración no se distorsionaban.

La chica del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora