1. Sombras y algo mas

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Jueves, 12 de junio de 2018 – Madrid, España

Carla estaba tumbada en el césped tibio del parque, donde el sol comenzaba a rendirse ante la tarde. La brisa del viento era suave, y el mundo a su alrededor parecía en pausa. Su vestido de flores, ligero y vaporoso, danzaba con el viento, dejando ver la piel suave de sus piernas. Cerró los ojos un instante, sintiendo la hierba como un susurro bajo su cuerpo. Se reía en silencio, escondida, detrás de un árbol, expectante. Sabía que él la estaba buscando.

—¿Dónde te escondes...? —dijo la voz masculina, profunda, con una cadencia que le estremeció el alma.

El sonido de sus pasos la envolvía. Cada pisada era una promesa. Carla apretó los labios para no reír, pero un suave jadeo la traicionó.

—¡Te encontré! —anunció él, riendo, mientras la rodeaba por detrás con sus brazos y la levantaba apenas del suelo como si fuera tan ligera como el aire. —¿Ves? Siempre te delata la risa —susurró—. Pero así estás más hermosa.

Ella giró entre sus brazos y se encontraron, cara a cara, a solo un suspiro de distancia. Sus miradas se enlazaron como si ya hubiesen vivido mil veces ese instante. Él no dijo nada más. Solo la miró, con una ternura tan intensa que le quemó por dentro. Como si verla así, envuelta de sol, de hierba y de perfume, fuera la respuesta a todas las preguntas que jamás se había hecho.

Carla alzó la mano y le acarició el rostro con una delicadeza que parecía venir de otra vida. Él se inclinó lentamente, con una sonrisa apenas insinuada, y sus labios se encontraron. No fue un beso apresurado, ni urgente. Fue lento, lleno de devoción, como si el tiempo se hubiera detenido para contemplarlos. Ella le enredó los dedos en el cabello, aferrándose a ese instante que parecía eterno.

Sus cuerpos se acercaron aún más. El calor entre ellos era suave al principio, pero crecía, vibraba, palpitaba como algo vivo. Carla sentía cómo la pasión le encendía la piel, cómo cada roce, cada respiración, alimentaba un fuego dulce que nacía en su vientre y se extendía por todo su cuerpo. Estaban solos en el mundo. Nada más importaba.

Él bajó la mirada, le rozó la mejilla con los labios, y susurró con voz temblorosa:

—Te amo, Catalina...

El tiempo, entonces, se rompió.

Carla se quedó inmóvil. Su sonrisa se desvaneció. La calidez de su cuerpo se convirtió en hielo al oír aquel nombre.

—¿Qué... qué has dicho? —preguntó, sin poder creerlo.

Él la miró con ternura, aún ajeno al abismo que acababa de abrirse.

—Catalina —repitió, como si su voz pudiera hacer que ese nombre fuera el de ella.

—No... no soy Catalina —dijo Carla, dando un paso atrás—. Soy Carla.

El aire se volvió denso. El cielo, más gris. El mundo ya no parecía el mismo.

Carla miró sus manos temblorosas. Algo no encajaba. Su reflejo en los ojos de él parecía... otro. Catalina. Ese nombre le sonaba como un eco lejano, familiar y desconocido a la vez. Como si alguien lo hubiera susurrado en sueños, una y otra vez, hasta volverse parte de su piel.

Se giró. Quiso correr. Huir de él, de ese nombre, de la duda que ya empezaba a florecer como una sombra en su mente.

Él la llamó de nuevo.

—Catalina...

Pero Carla no se detuvo. Corría como si al hacerlo pudiera recuperar algo que se le había escapado sin saber cuándo. O tal vez, como si apenas ahora empezara a recordar quién era realmente.

Enredo (Sueño o realidad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora