"Estoy haciendo un plan para poder escapar,
y lo vengo pensando hace como trece años..."
No sé si fueron trece exactamente, pero desde más de diez seguro haría que estaba elucubrando entre las sombras; muy pocos sabían de mi plan secreto, estaba jugando al alquimista, "y Dios, que sabe de alquimia...": al final es siempre lo mismo, la máquina —la casa— se queda con todo. Tampoco ustedes van a saber de qué estoy hablando, y es que realmente no tiene importancia, sólo diré que había estado buscando la fórmula secreta que esconde el universo, la gran fisura que iniciara la caída de la toda la estructura —ni más ni menos— por años; bueno, al menos cuando estaba sobrio, que no era tan seguido. Y así se fueron quemando las horas y las pestañas; en esa empresa no escatimaba esfuerzos —el asunto requería de toda mi energía— después de todo, estaba bailando con el cosmos. Estaba completamente loco, ahora lo sé, pero en el momento había una adrenalina salvaje que me cegaba y me llenaba de fuerza; estaba completamente loco y los locos no toman buenas decisiones.
—Horacio ponete en coaching y vení a la sala del fondo —mi jefa, un ser adorable y completamente prescindible; era difícil odiarla tanto como encontrarle una utilidad. Los coachings eran esas reuniones en donde nos explicaban que la gente era idiota y que iba a comprar todo lo que nosotros le ofreciéramos; aunque no trabajábamos en ventas, mientras les resolvíamos los reclamos intentábamos venderles algo —eso sumaba plata extra pero muy poca— a pesar de que (de acuerdo a eso y aunque no lo hicieran) técnicamente deberían habernos categorizado como vendedores, lo que no se hacía porque sino nuestro sueldo habría sido más alto, y eso ubicaba a la empresa del lado de afuera de la ley, pero la ley no parecía importar mucho ahí. Esos coachings eran un sufrimiento y no solo por lo dicho antes, sino además por la forma ridícula en que exponían sus ideas revolucionarias; creían —o querían hacernos creer— que estaban descubriendo la pólvora, aunque sospecho que en verdad lo creían.
Siempre, desde que tengo memoria, tuve como caminos a seguir, imagino que es lo más común en la vida de cualquiera: mujeres, trabajos, carreras... al final siempre llegaba a dos opciones —como en los libros de "Elige tu propia aventura"— y claro, tenía que elegir; siempre tomaba la decisión equivocada, y así y todo siempre algo me salvaba, muy en el fondo algún designio inexplicable me instaba a sobrevivir. Aquella vez no fue la excepción; podría haberme enfocado en buscar un trabajo mejor, en mi carrera o en mi familia, o mejor aún, en todo eso junto, pero no, preferí buscar la fórmula que desveló a los hombres desde el principio de los tiempos ¿debería decir desde el principio de la oscuridad? fracasando como los hicieron cada uno de esos pobres infelices. Sin embargo, y como dije de manera casi inexplicable, un extraño instinto de preservación me empujaba a corregir las cosas, y siempre terminaba saliendo airoso de las situaciones más complejas; como los gatos, caía siempre parado.
—Dale boludo, cortale que nos vamos a rascar el culo un par de horas —me dijo Cata al pasar rumbo a la sala de torturas, porque ella se lo tomaba de otra manera, no la exasperaba la forma en que esgrimían sus fórmulas mágicas pensadas para retardados, simplemente lo veía como un descanso, mucho más inteligente; yo en cambio me imaginaba en medio de todo sacando una ametralladora de abajo de la mesa y descargando la furia —y el arma— contra esos genios del márketing, que eran psicólogos sin haber estudiado psicología, filósofos sin haber pasado tampoco por Puán, a veces hasta médicos. Como hacía más de un año, en que una mañana sentimos un olor raro que se colaba por las ventanas, al rato a algunos comenzaron a lagrimearles los ojos, otros nos aprestamos a abandonar el edificio; el jefe de piso vino y dijo que no era nada, que él sentía olor a medialunas y que íbamos a estar bien. La mayoría reculó, pero unos pocos consideramos el tema de la salud y nos fuimos aun con la advertencia de una suspensión, que luego quedó sin efecto ya que a la media hora un grupo de bomberos evacuó el lugar; el derrame de algún líquido tóxico a unas cuadras había vaciado esa parte de la ciudad, y ese hijo de puta quería que nos quedáramos arriba oliendo medialunas.
Las personas, los trabajos, los libros, la miseria y un cierto tipo de música eran los temas recurrentes de mi vida. Como a los quince años aprendí a tocar el piano, y desde entonces no dejé de estudiar música; era increíble que pudiera ser tan malo aún después de haberle dedicado tanto tiempo... y ni siquiera es que fuera tan malo, simplemente no era un músico, entonces podía hacer cosas que los músicos no (al igual que no podía hacer la mayoría de las cosas que ellos hacían) y entonces a veces hasta era un poco original, aunque tocar la trompeta con el culo también sería algo original, sin que por eso haya un mérito o algo bello en el acto.
En uno de esos coachings nos explicaron que a partir cierta fecha íbamos a tener que empezar a tocar la trompeta con el culo; bueno, en realidad a encargarnos de más tareas, para que todos supiéramos lo que estaba haciendo el otro y así conformar un "sólido grupo de trabajo". Lo que buscaban simplemente era que todos pudiéramos cubrir cualquier puesto en caso de necesidad. Pero más allá de eso, lo que me irritó verdaderamente fue que utilizaran un video en el que, entre otros ejemplos de conveniencia, aparecía la figura de Henry Ford; justamente el tipo que inventó la división del trabajo venía ahora a decirnos que al final era al revés, que todos teníamos que hacer cada una de las tareas, como en la antigüedad. Cuando le comenté a una de las coodinadoras de la reunión lo paradójico de la relación, me confesó en voz baja que no sabía quién era Ford.
Aquel extraño instinto de preservación era ahora el que me impulsaba a buscar a Sandra —Soledad podía significar la locura— a quien había conocido en una fiesta. Era un poco mayor que yo, era bella y ocurrente; había resuelto su vida de manera simple, no estaba loca y por un raro azar se había enamorado de mí. Soledad aparecía de vez en cuando todavía y por supuesto siempre que estaba sólo, pero Sandra tenía planes para nosotros; casi sin consultarme nos había organizado un futuro juntos, y Soledad —que representaba la existencia de la máquina— se iba alejando contra mi voluntad, como si quisiera estar loco, y querer estar loco ya es estarlo; lo había conseguido, comenzaba a tener éxito en mis emprendimientos, justo yo que siempre detesté tanto esa palabra, éxito, tan utilizada en los coachings. Entonces estaba loco antes y ahora, pero algunos podemos disimular y ya me estaba volviendo hábil; seguía con mis rutinas del trabajo y el estudio, socializaba —aunque cada vez me costaba más— lo justo y necesario como para sobrevivir en los lugares comunes, escribía en secreto y había abandonado ya mi quimera, aquella de la búsqueda misteriosa que tantos años me había demandado; al final, como siempre, la decisión había sido acertada en el último minuto y otra vez como los gatos, caía de pie... y es que si bien era duro aceptar el tiempo perdido, peor era insistir en algo que estaba agotado como yo, y así empezar a dejar de perder el tiempo; un comienzo nuevo apostando a la cordura —falsa y que tenía que construir a diario— y a una vida más sana; aunque todavía de vez en cuando tuviera mis excesos, cada vez eran más aislados. Y en ese otro plan perfecto, Sandra era una pieza vital. Y en ese otro plan perfecto, la máquina vencía una vez más.