Capítulo I.

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Aquel pequeño hueco que quedaba entre dos edificios, que era el suficiente para poder sentarse con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas contra la pared paralela a la primera, era el lugar favorito de Laia; pero no era un simple hueco, si no que desde él se veía la playa. Se percibía perfectamente el olor a sal en el aire, y aquella brisa marina que soplaba todos los días. Se oían romper las olas, y se veían ondear las hojas de las palmeras al viento. Sin duda, un lugar mágico y que sólo ella había descubierto. Y que sin duda, no quería que nadie más lo descubriese, ya que era su pequeño rincón, donde pasaba las tardes muertas, con un libro, escribiendo, dibujando, o simplemente mirando el mar revuelto.

Era un día de primavera, un día aparentemente normal, las olas del mar iban y venían, el viento era suave, la gente corría de un lado para otro con su ajetreo diario sin pararse a pensar en lo que nos rodea... Laia cogió su bloc de dibujo, su estuche con los lápices de diferentes durezas, los carboncillos, y todo el material de dibujo que tenía allí. Se dirigió a su pequeño rinconcito, allí se evadía de la realidad. No es que Laia fuese una chica sin amigos: sí que los tenía, tenía pocos, pero prefería la soledad, el silencio.

Llegó y apoyó su espalda, musculosa de tanto nadar en la playa, contra la pared. Abrió el bloc de dibujo y se dispuso a acabar el dibujo de la playa, las vistas que ofrecía el callejón estaban plasmadas en la lámina, con total realismo y precisión. Sacó un carboncillo y empezó a retocar la espuma de las olas, haciéndolas complicadas, bravas, unas olas fieras, que iban a parar a la arena de la playa. El sonido de las olas y de las hojas de las palmeras moviéndose la acompañaban en su reconfortante silencio. Y así estuvo un rato, pintando olas, casi tan reales como las que se movían a unos metros de ella, hasta que, satisfecha, dejó de dibujar y metió las cosas en el estuche. Puso el dibujo al lado del paisaje, para comparar. Pensaba ''Puedo mejorar aún'', siempre era muy exigente consigo misma, pero ya era tarde para seguir dibujando, empezaba a oscurecer. De repente, aquel silencio al que sólo lo acompañaban los ruidos de la playa, y que tanto le gustaba a la chica, fue interrumpido por una voz masculina:

-Buenas... ¿tardes, noches...? A esta hora, no se sabe muy bien en qué momento del día se vive.

Había sonado muy a vacile, pero el chico tenía una expresión tan dulce, y una voz tan melosa y suave, que era hasta bonito lo que había dicho: seducía sólo con oírle. Y además, sus ojos marrones oscuros desprendían un brillo que no era normal. Aparentaba unos 15 años, más o menos. Se pasó la mano por el pelo, no muy largo, pero lo suficiente para que le cayese un poco por la frente. Esbozó una sonrisa a la chica.

Y Laia se quedó hipnotizada.

El rincón de Laia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora