Capítulo II.

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Laia al fin recuperó el habla y balbuceó:

-Yo... Me tengo que ir. Es tarde. -Se levantó con su bloc de dibujo y su estuche en la mano.

-Espera... Yo... Mira, tómame por tonto, pero me he perdido. -El chico sonrió un poco avergonzado, y bajó la mirada al suelo.- Sólo buscaba a alguien que me pudiese ayudar a llegar a mi casa...

-Vale... -agardó la muchacha.- Soy Laia.

-Yo soy Carlos.- Y se dieron la mano en señal de presentación, ya que los dos eran demasiado tímidos como para darse dos besos.

Hubo unos segundos de silencio en los que sólo se escuchó el mar. Entonces, Carlos se dispuso a hablar.

-Y bien, como te dije antes, me he perdido... ¿Me podrías ayudar?

-Claro. ¿Dónde vives?

-Cerca de aquí, al lado de la Plaza. Pero desde aquí no sé llegar... - Sus ojos marrones oscuros se clavaron en los ojos verdes azulados de la chica y la hicieron enrojecer.

-Vamos, te acompaño. Pero, ¿cómo has encontrado este sitio?

-Acabo de venir a vivir aquí y estaba dando una vuelta por la costa. Eché a andar y entonces encontré esto, y te encontré a ti, por suerte. Me gustan los sitios resguardados, los pequeños rincones en los que puedes estar solo. Y justo donde estabas tú, era bonito; especial.

''Y te encontré a ti, por suerte''. Esas palabras rebotaban en la mente de Laia mientras los dos caminaban. Era casi la hora de cenar y le iba a caer una buena bronca, pero, ¿cuántas veces se puede conocer a un chico así en un pueblo pequeño?

-Eres la segunda persona, después de mí, que descubre mi rincón... Creo que tienes derecho... a compartirlo conmigo.- dijo Laia. Al momento, pensó: ''Pero qué dices, ¡joder! Es tu rincón, en el que puedes estar sola, leyendo, dibujando, o simplemente no haciendo nada, agusto, y es tuyo''. Pero ella intuía que podía entablar una buena amistad con el chico. En parte, se parecía bastante a ella.

-Bueno, si tú quieres... -hizo una pausa.- Lo que estabas dibujando es muy bonito. Te ha quedado muy bien. Dibujas genial.

A la chica se le volvieron a subir los colores.

-No es para tanto...Pero gracias- casi habían llegado a la plaza.

El chico sonrió y la luz de la luna hizo relucir sus dientes perfectamente blancos. Era más alto que Laia. El brillo que había en sus ojos era especial, era precioso, una mirada de las que sin duda te atraviesan; tenía unas pestañas larguísimas que acentuaban los ojos tan preciosos que tenía. También tenía unos labios curiosos, bonitos, apetecibles. Iba vestido con una camiseta azul con algún dibujo en el centro, que Laia no pudo descifrar por la poca luz que había; y unos vaqueros cortos. Tenía pinta de tener buen cuerpo, y complementarlo con lo guapo que era. Todo esto pensaba Laia  mientras andaban. Se mordió el labio.

-Hemos llegado, allí está mi casa -dijo él señalando un callejón al lado de la Plaza. -Nos volveremos a ver, ¿no?

-Su... supongo, claro.

-Yo ya sé dónde encontrarte. -Le dio a Laia un beso en la mejilla, y con una sonrisa, se alejó corriendo.

***

 

Laia estaba echada en la cama con los pies apoyados en la pared. Tenía la ventana abierta, se escuchaban las olas chocando contra el acantilado, y se percibía el olor a salitre del mar en su cuarto. Ella no dejaba de pensar en Carlos. Se tocaba la mejilla continuamente, donde él había estampado sus labios. Ese chico tan peculiar, y que el destino lo había querido, había descubierto su rincón. ¿Debería compartirlo con él? Creía que sí. Era un chico especial, se notaba, y no debía desperdiciar eso. Además de que así conseguiría otro amigo, e intuía que se convertiría en alguien muy especial. Tenía pinta de ser un buen chico, de ser alguien distinto. De ser genial.

Y la chica ya tenía demasiadas ganas de que llegase mañana para poder ir a su querido rincón, y que Carlos se pasase por allí a verla. 

El rincón de Laia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora