Capítulo III.

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Al día siguiente, sábado, Laia se levantó más tarde de lo normal. Se había pasado bastante parte de la noche pensando en aquel chico tan peculiar, en lo que podría pasar la próxima vez que se vieran. Se levantó y esbozó una sonrisa tonta al espejo, y éste se la devolvió. Parecía estar en una nube, no era ella. Esa sonrisa tonta la acababa de delatar. Un grito la devolvió a la realidad.

-¡Laia, sé que estás despierta, baja a desayunar!

Puso los ojos en blanco y bajó las escaleras hasta la planta baja. Un par de tostadas y un Cola Cao la estaban esperando en la mesa de la cocina.

-Buenos días, cariño.

-Buenos días, mamá.

Engulló las tostadas muy rápido y bebió el Cola Cao a una velocidad de vértigo. Fregó el vaso rápidamente, y antes de salir corriendo escaleras arriba, Úrsula, su madre, gritó:

-¿Pero qué mosca te ha picado a ti hoy?

Lo sabía muy bien: era la mosca del amor.

Subió a su cuarto, y cerró la puerta con llave. Abrió las puertas de su armario empotrado de un golpe y observó su ropa. Uhm. Un dedo a la boca y una mueca de desprecio. ¿Cómo iba a gustarle a ese chico con esa ropa?

Un suspiro. Sacó sus shorts vaqueros favoritos y se los puso. Se quitó la camiseta del pijama y se quedó en sujetador, mientras buscaba una camiseta adecuada. Al final se decantó por una camiseta de manga corta azul clara, que se le ajustaba al cuerpo.

Caminó al baño a paso lento. Su pelo, moreno casi negro, un poco ondulado, que le llegaba por debajo de los pechos, se reflejaba rebelde en el espejo. Se lo atusó con las dos manos, se peinó el flequillo de lado y sonrió al espejo. No estaba muy contenta consigo misma, no era una chica muy guapa, era más bien normalilla, tenía un cuerpo normal, no destacaba en nada en particular. Sus cicatrices blancas, que el tiempo no había borrado, relucían en sus dos muñecas. Más en la izquierda que en la derecha. Cuando su padre murió dos años atrás, la autolesión era lo único que la consolaba. Las miró con una mueca, y juntó las manos detrás de su espalda para no verlas. Puso morritos al espejo y rió. ¿Así podría gustarle más?

Salió del baño. Su madre aguardaba al lado de la puerta.

-Que guapa, hija -sonrió y le acarició la mejilla.- Te pareces tanto a tu padre... -suspiró con pena.- ¿Sabes? Hoy haríamos 17 años de casados...

-Él te quiere ver feliz, mamá. Te lo aseguro. -Le dio un beso en la mejilla.

-¿Vas a salir hoy?

-Claro. ¿Y si me haces un bocadillo y como en la playa? Y antes de comer, entreno.

-Pero...-no le dio tiempo a seguir.

-Por favor, mamá. Te prometo que volveré pronto.

-Está bien...

-¡De tortilla, por favor! ¡Y una Coca Cola! ¡Gracias, mamá! ¡Te quiero! -gritó mientras corría a su habitación.

Úrsula suspiro. Unas grandes ojeras marcaban lo poco que había dormido esa noche. Seguía destrozada después de más de dos años. Lo único que le hacía seguir viviendo era esa chica que le había pedido un bocadillo de tortilla y una Coca Cola, y un pequeñajo de siete años que había bajado a jugar con el vecino de enfrente. Sus dos hijos, sus tesoros más preciados. Sonrió tiernamente y se dirigió a hacerle el bocadillo a su hija.

Laia sacó todos los bikinis que tenía y los esparció por la cama. Después de probar trajes de baño de todos colores y formas, eligió uno de volantes blanco. Así resaltaría con el color moreno de su piel, y era cómodo para poder nadar agusto.

Metió en una mochila la toalla, las gafas de bucear, otro bikini y todo el material para dibujar. Salió corriendo a la cocina.

-Cocinera, ¿está ya la comida?

-Chef Úrsula lista para servirla. -Y le tendió una bolsa de plástico con el bocadillo de tortilla, una manzana y la Coca Cola; que la chica metió en la mochila.

-Gracias, mamá. Vuelvo pronto. Llevo las llaves y el móvil por si acaso. Adiós. -Le dedicó una sonrisa y salió de casa.

Salió trotando alegremente por las calles de su pueblo. Nadaría un rato en la playa, comería y luego iría a su pequeño rincón. ¿Carlos iría a verla?

El rincón de Laia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora