Capítulo 14.

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Peter salió de su apartamento con la lista que su tía le había entregado. Iba a comprar unas cosas para que ésta pudiese de una vez cumplir su deseo de preparar una nueva receta de struddle de manzana que una de sus compañeras del yoga le lectura le había entregado.

En ese preciso momento, el joven no tenía realmente nada más que hacer. Ya había acabado sus deberes para el día siguiente —y del resto de la semana, para ser francos—, había ordenado sus cajones con la ropa que May recién había lavado, había ayudado a Joe —el vecino del piso dos— a reparar una avería de su auto... así qué, ¿por qué no ir al mercado? Quizás hasta se tomase la libertar de llevarse alguna de sus golosinas favoritas.

No obstante, Peter hubiese estado claramente mintiendo si dijese que nada más importante se hallaba rondando por su cabeza en ese momento. De hecho, se había encontrado el mismo pensamiento desde la semana anterior, durante la semana entera, hasta el sol de hoy.

Y ese pensamiento, no era ni más ni menos que Sarah.

No había llamado ni contestaba sus llamadas; no había escrito ni respondía sus mensajes. No había vuelto a aparecer por la azotea, aunque Peter hubiese seguido yendo todas las noches a ver si lograba dar con ella y saber qué tal estaría. No podía evitar preguntarse si tendría él mismo algo que ver; luego de haber estado casi a punto de darse un beso en su escapada al centro, no sabía qué pensar.

No paraba de darle vueltas al asunto. Ella se veía muy preocupada y alterada cuando, prácticamente, huyó del lugar. Se fue completamente sola, no pidió a Peter que la acompañase de vuelta, solo se fue.

Comenzó a tomar manzanas rojas de la cesta y a revisarlas para asegurarse de que estuviesen frescas, mientras no podía evitar acordarse de lo linda que su amiga solía verse cuando se pintaba los labios de exactamente el mismo color.

Extrañaba mucho hablar con ella, tenía tantas cosas que contarle.

Ya se había vuelto una costumbre verla casi todos los días en el mismo sitio, donde los dos hablaban acerca de sus puntos de vista sobre la vida. Nunca en la vida se había sentido tan cómodo y a la vez tan nervioso al lado de una chica, y no sabía cómo describir ese tipo de sensación que ella le producía.

—Eso es que te gusta —le dijo Harry, cuando estaban almorzando en la escuela y él le comentó acerca de Sarah y cómo le hacía sentir.

—No lo creo.

—Se iban a dar un beso —recalcó—. No le das un beso a alguien que no te gusta.

—Bueno... creo que es verdad.

—Tú también le gustas —, y Peter volteó a mirarlo con una cara de estar ofendido por aquella vacilación. Pero Harry lo decía muy en serio.

Pero Sarah no le había dado el beso, a fin de cuentas, ¿verdad...? A veces Parker se sentía tan confundido. Definitivamente, las mujeres no eran lo suyo.

Ni las mujeres, ni el romanticismo, ni las citas... y aparentemente, escoger manzanas tampoco: para él, todas se veían y se sentían iguales.

Terminó de recoger las cosas que a su tía le hacían falta; trozos de canela secos, vainilla, un paquete de azúcar morena, jugo de limón puro... así que se dirigió a la caja, dejando todas las cosas encima de la cinta transportadora, esperando a que la chica le diese el resultado del total a pagar.

Comenzó a mirar la estantería paralela a la caja, llena de variedades en dulces y gomas de mascar, a ver si se animaba a llevarse algo. Su vista pasó a observar su alrededor, viendo detalladamente a cada una de las —pocas— personas que se hallaban también dentro del pequeño abasto de la esquina, comprando sus cosas. Ahí logró divisar a la señora Thompson, una vecina del último piso, que estaba en el mismo curso de cocina que su tía.

City Lights | Peter ParkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora