Las disculpas no siempre llegan tarde

52 7 2
                                    

Me visto para ir a trabajar, bajo la atenta mirada de Leo. Sé que le gusta lo que ve, aunque yo a veces aún me siento poca cosa a su lado. La única vez que se lo dije tuvimos una discusión que duró horas, pero al recordar la reconciliación me dan ganas de abanicarme. Aunque ninguna reconciliación fue tan buena como la primera...

Años atrás...

Llegamos al colegio temprano, hoy me he vestido para impresionar a todos, pero en mi cabeza solo importa la reacción de Leo. Sé que no debería hacer cosas por él, que debería olvidar lo ocurrido y seguir como si nada, pero esta noche he soñado que otra si apreciaba lo que yo me he estado negando durante largo tiempo y la sensación ha sido horrible. No, si Leo quiere guerra, la va a tener. Hoy es mi día.

Pisando fuerte, acompañada de Tamy, entro en la sala de profesores. Un intenso silencio nos recibe y ambas lo ignoramos. Me siento y dejo que Tamy traiga nuestros cafés. Frente a mí está Leo, que me ignora completamente, pero cuando llega mi amiga con el café sonríe. ¡Será estúpido!

Resoplo y me tomo el café sin apartar la mirada de él. Poco a poco la sala se va vaciando, quedando los dos solos en ella. Alzo la mirada y lo observo, pasa de mí y eso me cabrea. Me levanto y cierro su portatil, ganándome una mirada furibunda por ello.

—Leo, me gustaría que hablemos de lo ocurrido hace una semana.

—No hay nada de lo que hablar, te fuiste y me has rehuido desde entonces. He captado el mensaje y lo acepto.

Me muerdo el labio, indecisa sobre si debo o no ser sincera, dudando si he de contarle lo que ronda por mi cabeza o no. Su mutismo y pasotismo me ayudan a decidirme.

—Yo... Lo siento. —El tono de mi voz me suena afligido y nervioso, tanto que me hace tartamudear, lo que le hace mirarme fijamente. Él sabe que este comportamiento no es típico en mí. —Me asusté al verte tan cerca, no pensé que harías eso. Es decir... siempre tenías una especie de timidez, de distanciamiento conmigo, solo discutíamos y nos gritábamos. Tienes que entender que me pilló por sorpresa...

Leo echa atrás la silla y se alza ante mí. Su cuerpo desprende tanta seguridad que me hace retroceder inconscientemente, algo a lo que él pone solución agarrando mi cintura con sus manos y acercándome a su cuerpo.

Sus manos cálidas me hacen estremecer, sus ojos se anclan con los míos en un desafío que ninguno de los dos puede negar. Poco a poco su cabeza se aproxima a la mía, su aliento roza mis labios segundos antes de que devore mi boca con ansia largamente contenida, con pasión reprimida, con tantas ganas que nuestras bocas funden nuestras almas en ese beso. Un ósculo que nos hace a ambos rozar el cielo con los dedos.

Cuando se aparta, Leo apoya su frente en la mía y suspira, lo que me hace sonreír con miedo. Algo que su voz, ronca por el deseo y algo sarcástica, no tarda en silenciar, así como mis dudas y temores.

—Esta vez no te has sorprendido y echado a correr, ¿o vas a hacerlo ahora?

—No, no lo hice, ni pienso volverlo a hacer. —Alzo la mirada a sus azules y tiernos ojos, suspiro y vuelvo a apartarla antes de susurrar. —Lo siento.

Leo alza sus manos, agarra mi cara con ellas y me obliga a mirarlo. Su mirada cálida me hace pensar que quizá no está todo perdido. Que quizá él es más valiente que yo, menos rencoroso y más consciente de sus sentimientos.

—No ha sido fácil, pero lo he entendido. Te he perdonado y espero que tú también lo hagas. —Besa mi frente con dulzura y sigue hablando. —Nuestra relación era muy extraña, yo me precipité y tú te acojonaste. Está claro que ninguno de los dos sabe hacer esto muy bien. —Le sonrío y me guiña un ojo, juguetón. —Aunque Tamy parecía muy segura de que acabaríamos juntos, no veas la que le montó a la chica de la tienda de ropa interior...

—¿Cómo? —Abro mucho la boca y los ojos, sorprendida por sus palabras. —Explícame eso.

—No, eso es cosa de Tamy, ha de ser ella la que te lo cuente.

—Oh venga... —Me acerco a él melosa y achica los ojos. —No seas así, ahora me has picado la curiosidad. Sé bueno...

—De eso nada. —Su rostro me dice que está más cerca de claudicar de lo que él mismo cree, pero cuando agarra mis manos, me aparta de él y se aleja negando, lo doy por perdido. —Está bien, le preguntaré a Tamy. Pero tú y yo tenemos una conversación pendiente.

—¿Solo una conversación? —Me mira de arriba a abajo con hambre. —Hoy estás muy guapa, ¿te has arreglado para mí? —Asiento. —No sabes como me gusta saberlo...

Se acerca a mí de nuevo, con esa mirada depredadora que nunca le había visto pero que es inconfundible, y me arrincona contra la pared de la sala de profesores.

—Lucía, ¿estás segura de que solo tenemos que hablar?

Trago saliva audiblemente y niego. Él sonríe triunfante y se pega más a mí, tanto que entre nuestros cuerpos no queda ni un centímetro, pero mantiene esa distancia. Se aproxima amí, rozando con su aliento mi piel, pero sin ir más allá, lo que me hace desear más, algo que ni yo sé que es, pero que él me niega una y otra vez. Algo que los dos queremos pero que este no es momento de tener...

—Leo...

—Joder, si vuelves a decir mi nombre, con ese tono de voz, te voy a desnudar aquí mismo y a la mierda las consecuencias. —Gimo y él se abalanza sobre mi boca. Uniendo nuestros cuerpos de nuevo en un arrollador beso que lo remueve todo en mi interior.

Cuando se separa de mí, me toco los labios sin entender bien cómo un beso puede transmitir tanto. Como algo tan sencillo como una caricia, al ser de sus manos, me revoluciona la sangre. ¿Cómo he podido negarme esto durante tanto tiempo?

—Leo...

—Lucía, mejor que te vayas o no respondo...

Apurada recojo mis cosas y me dirijo a la clase que me toca dar, es temprano, pero mejor que me dé un poco el aire y trate de aclarar mis ideas.

En la actualidad...

—Luci... ¿Nena? ¿Estás bien?

Doy un respingo y vuelvo a la realidad. Lo miro y todos los recuerdos de ese día, el día que cambió la vida de ambos regresan a mi mente. Ese fue el momento decisivo, el momento que nos puso a ambos en el lugar donde hoy estamos.

—Estaba pensando en lo bien que besas...

—¿Ah si? —Asiento. —¿Quieres que te bese? —Asiento de nuevo. —¿Ahora?

—Yo siempre quiero que me beses.

Sin decir nada más, coloca su mano en mi nuca y une nuestros labios en un delicioso beso que me revoluciona las hormonas más de lo que ya lo están.

Mucha química y poca físicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora