Amor Imposible

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-Ultima parada, muchacho -dijo el viejo conductor del autobús, despertándome abruptamente-. Aquí comienza tu historia. Tan solo te aconsejo que no intentes averiguar más de lo debido –insistió.

Contesté con un “gracias", a pesar de no comprender lo que me había querido decir.

Me levanté. Iba en el último asiento. Yo era el único pasajero que quedaba, aunque no recordaba haber visto a otras personas antes, ni siquiera recordaba cuando había subido a aquel autobús de larga distancia. Comencé a descender los tres peldaños que me separaban con el exterior. Cuando me disponía a trasponer el umbral, escuché un "¡Buena suerte!" por parte del viejo, luego el silencio y la oscuridad…

El sol iluminaba profusamente la habitación. Era pequeña, de blancas paredes, y un gran ventanal permitía el ingreso de los rayos solares. En el centro de la misma, amurada sobre una de las paredes y de frente al gran ventanal, se ubicaba una cama en la que me hallaba. Mi brazo izquierdo estaba algo dolorido por la aguja que penetraba una de mis venas, ingresando suero a mi torrente sanguíneo.

-¿Donde estoy? -pregunté a la enfermera de mediana edad.

-En el hospital central de la ciudad -respondió-. Pero por favor, no se agite que voy a llamar al doctor.

El hombre era alto y delgado con una pronunciada calvicie. Su edad oscilaba alrededor de los cincuenta años.

-Por fin despertó -dijo iniciando el diálogo, y continuó- ¿Qué tal? Soy el doctor Sulveldía. ¿Cuál es su nombre?

-Axel, Axel Masserottí… creo. ¿Pero ustedes no tienen mis datos personales?

-Mi estimado amigo, esperábamos a que usted despertase para que nos suministrara dicha información. No sabemos nada de usted.

-¿Cómo vine a parar a este hospital entonces?

-Lo encontraron unos lugareños en las afueras de la ciudad desnudo y deshidratado. Creímos que había sido víctima de un atentado pero no presenta golpe alguno. ¿De dónde es?

Pensé detenidamente sobre mi procedencia pero todo era inútil; no recordaba absolutamente nada. El doctor Suveldía respondió ante mi negativa:

-No se preocupe, amnesia temporal. Así como vino su nombre a la cabeza, llegará lo demás. Ahora descanse.

Quedé solo en aquella habitación, intentando en vano despejar los oscuros velos de mi pasado, mas el sueño me venció.

Una incipiente molestia en mi brazo derecho me saco de las sombras. Abrí lentamente mis ojos. Una enfermera muy joven estaba sentada en el borde de la cama. Me tomaba la presión mirando con detenimiento el indicador del aparato. No dije nada y no atiné a moverme, solo me dediqué a contemplarla. Era hermosa. A pesar de no ver por completo su rostro, se intuía una gran belleza. Llevaba el cabello totalmente recogido. Eran de un rubio oro, que junto con sus mejillas blancas y tersas y su nariz perfecta le daba un aire angelical. Algo delató mi falso sueño, pues ella levantó su cabeza y clavo sus ojos en los míos. Durante breves segundos nos mirarnos, quedé hipnotizado bajo el hechizo de esos tristes ojos verdes.

-Discúlpame, te desperté –dijo

-Es lo más hermoso que ha podido pasarme -dije sin dejar de mirarla a los ojos. Ella se ruborizó y bajó la vista.

-Tu presión esta subiendo

-¿Cómo es tu nombre? -pregunté

-Paula

-Yo soy Axel

-Ya lo sabía –contestó mientras sacaba la faja de mi brazo.

-¿Cómo estoy?

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