Los planes para la escapatoria

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Snape huía a toda velocidad de las defensas de Hogwarts, con una herida poco profunda en su hombro por las garras del hipogrifo de Hagrid. Siguió de cerca al último mortífago rezagado y atravesó la verja del colegio con los dos cerdos alados, oyendo al hipogrifo bufando a lo lejos como nunca lo había escuchado antes. No obstante, siguió corriendo; los mortífagos ya habían atravesado a toda velocidad el pueblo de Hogsmeade y algunas cabezas curiosas se asomaban, con extrañeza de las ventanas y algunos se asomaban de las puertas de algunos establecimientos, mirando a los encapuchados y a Snape corriendo. Ya una vez atravesado el pueblo, siguió de cerca al mortífago que tenía delante y se metieron por un callejón antes de llegar a Cabeza de Puerco, donde comenzaron a desaparecerse en el orden Rowle, Alecto, Amycus, Draco y Greyback, que dejó un tufo a sangre y sudor. Snape arrugó la nariz y sus ojos, negros y sin una pizca de emoción, tenían un tono brillante inusual debido a que, tal vez, estaba mirando el castillo, pensó el profesor, por última vez.

Cuando salió de la presión abrumadora, percibió un cambio total en el ambiente y cuando logró ubicarse estaba en el sendero de una mansión magnífica. Comenzó a caminar por el sendero y levantó la mano izquierda, donde tenía grabada la Marca, y la verja que obstruía el paso se transformó en unas indemnes volutas de humo, donde el grupo liderado por Severus las atravesó. Las luces del salón estaban encendidas y Rowle, uno de los mortífagos, tenía la mano en el pecho debido al encantamiento aturdidor de Potter. Snape no mudó ante esa situación y caminó, insondable, hacia la puerta que dio ante él un vestíbulo decorado con suntuosidad y el suelo de piedra estaba cubierto por una alfombra. El profesor se dirigió hacia el salón, donde una araña de luces colgaba del techo y algunas ventanas daban al lateral de la casa. Los cuadros, de morado oscuro, parecían aumentar la altivez de la mansión. Cuando Snape giró sobre sí mismo por un ruido de pasos que venían de otra sala, era nada más y nada menos que la mismísima Bellatrix Lestrange. Snape la miró con desdén.

-¿Y bien, Snape? -preguntó la mortífaga con brusquedad.

-Está hecho. Albus Dumbledore está muerto.

La bruja sonrió con desdén y le dio la espalda a Snape, quien la miró con petulancia. Cabello ondulado, párpados gruesos, expresión desdeñosa y tez morena que era lo contrario a su hermana. Severus buscó a Narcisa y la encontró en un sillón de terciopelo verdoso y con expresión inexpresiva; estaba pálida como la cera y con la mirada sombría. Cuando Snape puso una mano en el respaldo, la mujer dio un respingo y lo miró.

-¡Hola, Severus! -saludó Narcisa con la voz crispada. A Snape le dio la impresión de que llevaba horas en ese lugar, llorando en penumbra, esperando a la llegada de su hijo.

-A tus pies, Narcisa -contestó el aludido con una leve reverencia y ella no se inmutó. El profesor no advirtió ese gesto y, cuando volvió a levantar la cara, la miró con aire compungido. 

-¿El plan resultó? -quiso saber Narcisa con fingida indiferencia.

-Dumbledore está muerto -respondió Snape y, tomándose un segundo, añadió-. Y lo maté yo.

Narcisa se levantó de la silla y abrazó al profesor, quien, un poco turbado, devolvió a duras penas el gesto. Tras soltarse de ella, Snape volvió a hacer una pequeña reverencia y salió del salón para dirigirse hacia el patio de la mansión. Logró ver a Draco subir a toda prisa las escaleras de la casa y oyó un portazo a la lejanía mientras salía. Los mortífagos y el hombre lobo afuera lo miraron algo temerosos y volvieron a su estado de letargo o simplemente a lo que estaban haciendo antes de que Snape saliera. Rowle hablaba con Amycus y Alecto con calma, como si hubiera sorprendido a tres magos hablando en el Caldero Chorreante, mientras que Fenrir Greyback, con actitud burlona, se relamía la mandíbula, donde aún tenía rastros de la sangre de Bill Weasley.

Las Reliquias de la Muerte - Severus Snape.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora