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"Señor, no me abandones."

Salmo 8, 37


Daniel pudo sentir aquella mirada atravesarlo como el hielo aún sin la necesidad de ver su figura por completo. Sabía bien que aquello no era humano, pero nunca habría esperado encontrarse con uno de los peores temores de la humanidad de aquella manera.

Escuchó sus pisadas de manera lenta, una a una resonaban a lo largo de la habitación. Daniel se quedó inmóvil en su sitio, observando cómo aquel cuerpo salía de las sombras para revelarse.

Cualquier persona habría pensado que era un simple demonio el que tenía en frente suyo. No obstante, él sabía quién era: sabía que era la encarnación de uno de los pecados capitales.

Lujuria

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