12: Inerte

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La brisa helada de invierno obliga a ignaros resguardarse. A los quince minutos para las dos de la madrugada, en adelante, las horas son para las bestias.

Un hombre acecha, espiando desde lo alto, encima de una dura superficie con la pierna estirada y la otra doblada, permitiéndole descansar el brazo en su rodilla.

Un panorama verde, abundante en el presente, es desaprovechado, respetado. Edificaciones en ruinas, algunas, serán exploradas con el único fin de conservar la lección de que, como siempre, la naturaleza será más fuerte.

Lejos de la muralla de treinta y ocho metros que separa una ciudad con otra y también del bosque, a diferencia de las minorías del planeta, las fieras cazan, juegan, descansan, vigilan, sobreviven, cantan en lo alto de las ramas de esbeltos árboles de hasta sesenta metros.

En Miasctro, la ciudad principal, escasean almas y bataholas que indiquen el dominio humano durante el concierto nocturno.

La próxima campanada del gran acompañante apunta que es momento...

Neil separa la espalda de la entrada y se irgue. Tras girar contempla la cerradura, tan perfeccionada e invulnerable.

Incrédulo sonríe y blanquea los ojos. Zopencos del tiempo, se mofa. El pie derecho lo hace avanzar y para cuando da el izquierdo, la oscuridad lo inunda y el piso se halla suave por la alfombra del escalón.

Desciende por el Morgloben de veintinueve pisos en el momento que la visión vuelve a la normalidad.

Trasladarse por la inmensa tienda comercial es entretenido para él, sobre todo por las cámaras que con esmero se mueven tanteando hallar al individuo que curiosea por los pasillos, y por los guardias quienes mantienen las manos cerca de sus armas inmovilizadoras si logran acertar con el desconocido.

Neil Wright subestima la luminosidad que obstaculiza a un espacio en sombras, desprecia el tumulto que provocaría, minimiza el posible riesgo si aciertan con su rostro; pasarán por un motivo: no es un humano.

No es un ser vivo.

Se planta frente a las puertas eléctricas principales a observar las nueves estratiformes al nivel del suelo, de cómo hojas marchitas son llevadas por el viento.

Aún más importante, que tras dos calles se encuentra el museo donde ocurrió el percance, del cual investigará por su cuenta.

Exasperado, avanzando, se pregunta por qué ocultó.

Las noches de lluvia por los meses fríos arrancaron, esas mismas noches que conllevarán nieblas en condiciones tranquilas.

En la oscuridad y en el resplandor, en las tormentas y en los estallidos será el mismo, a menos que así lo desee.

Vacía de raíz, Neil camina por la vía de tres carriles, encerrado en un ambiente lúgubre de cementerio en la zona. Mas el perfume puro que transporta consigo la brisa vuelve al sitio, de cierto modo, ameno.

De repente, se detiene en seco ya que percibe una miasma, por lo que deja suspendido el pie. Traga saliva dirigiendo sus ojos a ese específico espacio donde una marca, roja, en forma de una letra, se haya resaltada sobre el pavimento.

Agitado, coloca su rodilla sobre la misma, y con las yemas de los dedos toca cuatro centímetros a su lado derecho.

En menos del transcurso de su viaje, el entorno se ha renovado, a su ayer, con cabellos aferrándose a las zarpas, petricor en la vida, esmeralda en la cima...

—Esto—dice la mujer sujetándolo del cuello para que se incline; duele la presión— harás. He notado que de este modo funciona para ti. No permitas que tu ánimo cambie, que tu aire se muestre. Nunca, ¿escuchaste bien?

Fingir para Vivir  [Pausada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora