Pequeños percances.

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Había una vez una chica muy hermosa; sus cabellos eran del negro más oscuro, y sus perfectos ojos esmeralda lloraban ríos por cualquier tontería que le afectaba. También era la más dulce; regaba las plantas secas terminando con un suave beso, y cantaba perfectas composiciones alegres a los árboles de naranjo en los otoños, para animarlos a dar fruto más dulce.

Era así de perfecta solamente reflejada en ojos del chico que a lo lejos la observaba. No me pregunten cómo la veían las demás personas, porque no les podré responder.

El chico estaba muy enamorado de ella, y la describía una vez a la semana, en una pequeña libreta, para nunca olvidar lo perfecta que podía llegar a ser.

El tiempo fué pasando, y los que fueron en aquel entonces muy amigos, se distanciaron. Él se fué a Brasil con su familia, y ella le dió un adiós tan doloroso que podías saborear en el aire un ácido aroma a limón, típico de un limonero descuidado. Eso nunca antes le había pasado.
Por meses dejó de ser la chica de las plantas y el liso cabello obscuro a ser la chica de los momentos ácidos, las canciones tristes y el descuido.
De él no se supo noticia alguna.

Más años pasaron y la chica, que ahora era mujer, había conocido a un hombre perfecto; escuchaba rock, tocaba música y amaba el arte. Y ella era su cuadro favorito.
La relación duró años, algunos más felices que otros, y fruto de ése amor nació una niña, heredando los cabellos negros de su madre y una famila feliz y enamorada.
La chica fué creciendo, con un padre rockero y una madre naturista tenía mucho para aprender. 12 años y los padres, que discutían a menudo, decidieron darle final a aquella preciosa relación, para no dañarse más.

Fué un adiós, un hasta luego, hasta pronto.

La chica de la naturaleza lloraba mares azules y salados todas las noches, y sos ojos lucían grises en vez de verde.
Estuvo un año dejando marchitar todas las plantas a su alrededor, y cuando ya no había ningún brote vivo, apareció el chico de los dibujos.

Apareció derepente, y dispuesto a declarar y dejar todo por ella. Se habían encontrado en la Feria de los domingos, y no se reconocían uno al otro.
La mujer con pelo negro y largo, los ojos grises y llorosos, y el hombre con poco cabello, observador, compositor y pacífico.

Se pusieron al día, tantos recuerdos y sentimientos. Él le mostró sus relatos, que tenía guardados en una libreta.

Esa noche le dijo lo mucho que la quiere.

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⏰ Última actualización: Mar 31, 2018 ⏰

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