Girasoles y lirios

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Siempre he creído que todas las personas tienen esencia de flores.

Cómo, por ejemplo, mi amiga de la infancia, Yuuko, ella me recordaba los hermosos claveles con los cuales trabajaba en la florería de mi familia.

Sencilla, sincera y muy bonita.

Su esposo, Takeshi, y mi otro amigo de la infancia me recordaba a un cactus. Resistente a las altas temperaturas, quizá por fuera no era hermoso, pero en su interior, ocultaba sentimientos puros y era un gran amigo.

Ellos dos son mis mejores amigos y me encanta regalar flores a todos en San Valentín, no me gusta que nadie se sienta solo ese día, y regalo algunas flores a las personas de mi vecindario.

Tal vez esté mal, pero me hacía feliz repartir un poco de felicidad a los demás.

Y Hoy era San Valentín. Cerré la florería, cargué dos cajas de flores en sus macetas y las fui repartiendo por todo mi vecindario.

A la señora Tanaka una hermosa rosa blanca, a la señora Yamaguchi un par de violetas, a las chicas que asistían a la secundaria les regalé unas cuantas peonias malvas.

A la profesora Minako le regalé un ramillete de margaritas azules, violetas, y en el medio una rosa blanca, profesando lo importante que era para mí.

—Muchas gracias, Yuuri, en verdad nos alegras el día por traernos tan hermosas flores – agradeció ella, sonriendo

—De nada, es lo menos que puedo hacer por los demás – respondió Yuuri, avergonzado

— ¿Irás a darle flores al nuevo vecino? – pregunto Minako, curiosa

—Sí, ya tengo la flor que le daré a Víctor – murmuré, sumamente apenado, desviando mi mirada hacia un hermoso girasol que yacía en una maceta pequeña.

—Estoy segura qué le gustará – sonrió, de modo radiante

Subí a mi bicicleta para continuar con mi última parada. Mi vecino. Víctor Nikiforov. Un patinador ruso retirado que vino a vivir a Hasetsu hace seis meses.

Cuando lo vi por primera vez, creí estar viendo un ángel. Literalmente hablando. Su cabello plateado, como si fuera polvo de estrellas y hermosos ojos azules, como el cielo azul, me habían quitado la capacidad de hablar cuando se acercó a mí, preguntándome cual era la hora. Recuerdo que su voz era profunda y gentil, con un perfecto acento británico que me hizo estremecer. Pero lo que más admiré de él, fue su sonrisa, tan radiante y brillante como los hermosos girasoles que plantaba en un pequeño huerto. Y todo eso en un solo hombre.

Recuerdo que esa vez me sonrojé y balbuceé la hora, en un inglés algo burdo, haciendo que me avergonzara por eso, así que me di la vuelta, entrando a mi hogar, dejando a ese ruso con la palabra en la boca.

Los días que siguieron a ese, siempre lo vi pasear en su bicicleta acompañado de su mascota, un caniche de gran tamaño llamado Makkachin.

Algunas veces entraba a la florería para conversar conmigo. No soy la persona más extrovertida del mundo, pero casi siempre conversábamos sobre flores y su significado al regalarlas a alguien que considerábamos especial. Y en todas esas veces el brillo de su mirada disminuía, reflejando la soledad con la que cargaba. Eso me animó a darle una flor.

Pedalee hasta llegar frente a la casa de mi vecino. Una casa tradicional con dos pisos y un jardincillo delantero.

Ahí estaba él, jugando con su caniche. Me detuve en la reja de madera que me separaba de él. Inhalé aire profundamente, agarré la maceta con el girasol y me di la vuelta. Casi me da un ataque al corazón cuando hallé al dueño de mis suspiros tan cerca de mí. ¿En qué momento se acercó?

Estaba a punto de hablar cuando sentí sus labios sobre los míos, en un roce suave, sin prisas.

Cerré los ojos por inercia. Víctor Nikiforov, mi vecino, me robó mi primer beso.

Al separarse sólo sonrió, tomando el girasol, entregándome a cambio, un dibujo de varios lirios de colores con la siguiente pregunta: ¿Quieres ser mi novio?

Mi respuesta a esa pregunta era un claro y fuerte sí, que terminé gritando, mientras Víctor me abrazaba. El día de San Valentín más feliz de mi vida. 

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Gracias por leer

Espero les haya gustado. 

Víctor y Yuuri  #BorntoMakeStoryWhere stories live. Discover now