CAPÍTULO 1

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El despertador suena y lo apago. Sin embargo, no me muevo; he estado chupando techo toda la noche, con las mismas imágenes taladrándome la cabeza. Trago saliva para no llorar. El pecho me pesa, como si en vez órganos tuviese una gran piedra.

Mis ojos se dirigen hacia la ventana que muestra un cielo lleno de nubes grises, lleno de bruma. Intento moverme de la cama pero me cuesta muchísimo ponerme en pie, meto una patada al nórdico como si así consiguiera quitarme el peso de las rocas, voy a echarle valentía al día.

Abro el armario para vestirme; paseo la mirada por los vestidos de colores, las camisetas, las blusas, faldas y los pantalones de pitillo. Todo me recuerda a todos los malos sentimientos que no me han dejado dormir.

—¡Mamá! —chillo.

—¿Qué quieres? —oigo su voz amortiguada por las paredes.

—¿Sabes dónde están toda mi vieja ropa?

—Ahora voy a buscarlas pero métete en la ducha.

Me meto en la pequeña bañera que hay en el baño de mi cuarto, abro el mando del agua caliente y dejo que salga hasta alcanzar la temperatura que quiero; después me meto bajo el cálido chorro de la alcachofa de la ducha, me hace sentir mucho mejor, menos abotargada y más relajada.

Oigo ruidos en el piso de abajo así que supongo que mi madre está buscando la caja de cartón donde metimos toda mi antigua ropa.

Termino de ducharme; en la alfombra de angora de mi habitación reposan dos enormes cajas de color marrón oscuro y las cuales abro, soltando la toalla en el suelo, ansiosa por ver si aún me siguen valiendo. Echo mano de la camiseta negra de Rammstein y de uno de los vaqueros que estaban en la otra, todo me sigue sentando como un guante.

—Has vuelto, chica terremoto —me digo al espejo, mirándome con satisfacción. ¿Cuándo me perdí a mí misma?

Bajo a la cocina donde mi madre está tomando su café junto a un plato que tiene algunas migajas.

—Así que para eso querías las cajas.

—Claro, ¿qué te creías?

Da otro sorbo a su taza de color azul claro.

—Me alegra que hayas vuelto a sacarlas.

Asiento, sonriéndola, y me acerco a un armario para coger un bol y una caja de cereales.

—¡Vaya! No pensaba que te iba a gustar que volviese a mi antigua ropa; siempre me habías regañado para que fuese más femenina.

—Nunca te sentó bien la ropa tan femenina.

Alzo las cejas con sorpresa; mi madre siempre me había amonestado por vestirme de una manera que ella calificaba más de marimachos. No entiendo a qué viene ese cambio de actitud. Ella me mira y me sonríe, divertida por mi contrariedad al parecer.

Finalmente echo la leche de la jarra metálica sobre mis cereales y ella se levanta para recoger los restos de su desayuno.

—¡Ostras, las siete y media! Debo marcharme ya —sale corriendo, coge las llaves y cierra despidiéndose con—: Pasa un buen día.

En cuanto cierra la puerta tras de sí, mi cara cambia por completo, ya no sonrío ni me muestro alegre. La máscara ha dejado de existir. Si la tengo es para que ella no se preocupe por mí. Expiro profundamente antes de coger la cuchara y ponerme a desayunar con prisa; después cojo la mochila pero no sin antes mirar dentro de mi armario, tengo un destino pensado para toda esa ropa.

Cierro la puerta con llave y correteo hasta el chalet vecino, subo las escaleras del porche y llamo al timbre; no tengo que esperar mucho para que Mayte me abra la puerta.

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⏰ Última actualización: Mar 26, 2018 ⏰

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