Soy el hijo mediano de los Todoroki. Tengo que estar pendiente de mi familia, de mis estudios, de mis negocios, de todo. Bakugou, dos años menor que yo, siempre ha tenido todo lo que ha querido, y al ser el pequeño, sobre sus hombros no cae el peso de la familia. Es un auténtico incompetente: eufórico, rabioso, gasta constantemente el dinero de nuestro padre en apuestas que nunca gana. Mi hermano mayor, Yui, el que está destinado a heredar la empresa y propiedades de la familia, es aún más serio que yo, más competente, más servicial, más...artificial: su vida es una constante lucha por aparentar, por eso le detesto.
Por todo esto, cuando a mi lado veo a este chico pobre, que no destaca especialmente en la multitud más que por sus harapos y por sus pecas, siento curiosidad. A veces me gustaría ser como él: invisible.
Caminamos un rato, en silencio. Decido preguntarle por su libro favorito, recurriendo a nuestro tema de conversación estrella una vez más.
–Frankenstein, sin duda.
–¿Por qué?
A medida que avanzamos, noto las miradas de las personas. Llego a sentir incluso ansiedad durante unos largos momentos, hasta el punto de no poder escuchar lo que dice Izuku.
–Piénsalo: una creación fallida, que busca por todos los medios el aprecio de alguien, y sólo lo encuentra en gente que no puede verlo, que no pueden asustarse de su rostro. La sociedad es tan superficial, tan crítica con todo lo que sea diferente al resto...Como yo–Izuku ríe. Esta vez contemplo una sonrisa suya de oreja a oreja. No sé por qué le habrá hecho tanta gracia su propio comentario.–¿Nervioso por si te ven paseando conmigo tus padres o algo así?
–No es eso–miento sin siquiera mirarle a la cara. Sigo caminando, llegando a acelerar el paso.
Aunque voy a un ritmo bastante considerable, Izuku es ágil y no se queda atrás. Se ha callado, lo que en cierto modo me tranquiliza.
–Te voy a llevar a un sitio especial, te gustará.
–No es necesario...
–¡Vamos!
Izuku es ahora quien me guía. No tardamos mucho en llegar a un barrio que no había visto en mi vida: estrecho, sucio, casas derruídas y mucha basura por los suelos. Extrañamente las calles del lugar están muy ajetreadas y la gente no tiene tiempo para fijarse en nada.
Llegamos a una taberna: Molly's, dice el letrero de pintura desgastada. Izuku sujeta la puerta y me invita a entrar, así que ya no puedo rechazarlo.
No hay casi iluminación, el suelo está bastante más sucio que el de las calles por las que hemos pasado, con manchas de cerveza y restos de colillas. El espacio es reducido y no hay demasiada gente, pero todos parecen pasárselo bien bebiendo, discutiendo o hablando de nimiedades.
Nos sentamos en las butacas –que se mueven mucho, he de decir– y la camarera se acerca. Se trata de una mujer de unos treinta años, muy morena, de pelo rizado y ojos color azabache
—gitana, diría yo– pero muy bella, bien dotada. Nos dirige una mirada de hastío. No parece muy contenta con su trabajo ni con nuestra presencia.–Bienvenidos a Molly's, yo soy Molly, ¿qué queréis tomar?–lo dice con un tono monótono, casi de desprecio. Me enfada.
–Bourbon–contesta Izuku
–Lo mismo.
Molly suspira y nos sirve la bebida en dos vasos sucios. Nos cobra y se aleja de nosotros para irse a lo que podría ser el almacén del bar, quizá sólo para perdernos de vista.
–Acogedor, ¿verdad?–Izuku da un gran trago a su bebida; casi se la acaba de golpe. Después saca dos cigarros de su bolsillo y me ofrece uno.
–No...
–Venga, me ha costado mucho conseguirlos...
Al final acabo aceptando. Decido no preguntarle dónde los ha conseguido, es mejor no saberlo.
–¿Conoces a alguien?
–Bueno, a parte de Molly...
–Simpática mujer.
–No te dejes engañar, solo está de mal humor porque se ha peleado con su novio... Al parecer la dejó por otra, aunque estaba claro que lo haría: el tío era un indecente y un imbécil. En fin... –Izuku parece concentrado–Mira, ese es Karma.
Me señala a un hombre mayor, de cejas muy pobladas y barba abundante. Tiene el pelo muy negro y unas gafas redondas que tienen una patilla rota.
–Vamos a saludarlo.
Izuku se acaba su copa, yo me bebo lo que queda de la mía y apago el cigarro. El tal Karma parece pensar en sus cosas, soñoliento.
–¡Karma! ¿Qué tal te va?
Izuku le da un golpe fuerte en el hombro. El hombre le ve e instantáneamente sonríe. Es flacucho, pero tiene unas facciones duras, casi intimidantes.
–Muy bien, me alegro de ver a mi chico favorito...¿Y este tan bien vestido?
Se refiere a mí.
–Shouto Todoroki, un place...
Antes de acabar, Midoriya se acerca a mi oído y susurra: "No digas que es un placer conocerle, sabes que no lo es. Aquí no hace falta que seas amable, solo sé tú mismo."
Lo miro atónito, pero esbozo una sonrisa. Tiene razón. Ignoro todo lo que ha pasado y vuelvo a centrarme en Izuku: otra vez pienso en lo mucho que aprecio su sinceridad, su espontaneidad.
–No viene mucho por aquí. Es rico, ¿sabías? Estamos haciendo negocios.
Miente como un condenado, sin inmutarse, con una sonrisa permanente en la cara.
–¡Qué negocios va a hacer contigo, chaval!—el hombre, contento, pasa un brazo por el hombro de Izuku y se ríe. Tiene los mofletes sonrosados, de la bebida supongo, aunque no parece estar borracho.–Así que eres rico. Pareces buena gente...Qué digo, todos lo parecéis—ríe a carcajadas. Al ver mi rostro se detiene y vuelve a sonreír, más afable.–Siéntate, anda. Vamos a darle una oportunidad a este joven aristócrata.
Nos sentamos a su lado, Midoriya a su derecha y yo a su izquierda. Me llega un ligero olor a sudor.
De repente, el señor, que parece más despierto, decide levantarse de golpe y empezar a hablar a voces.
–¡Señores, señores! Hoy recitaré nuevos versos para un nuevo amigo: ¡Shonto!
–Shouto...
No me escucha. La gente se pone a gritar y a aplaudir. Reparan un instante en mi presencia y luego vuelven a centrarse en Karma, que parece totalmente apasionado con su actuación.
Veo a Izuku, que me mira desde el otro lado de la mesa, con un codo apoyado sobre ella y una mirada que me cuesta descifrar.
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Una temporada en el infierno - Izuku Midoriya y Shouto Todoroki
RomanceInglaterra, 1840, en plena época victoriana. Son tiempos de desarrollo industrial, económico, científico y cultural. Pero también de hipocresía. La moralidad y la caballerosidad, vistas como el modelo de comportamiento de la aristocracia, no son más...