Parte 1

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Una sonrisa tímida.

Un hermoso carmín en sus mejillas.

Una voz atrapada en su garganta debido al nerviosismo y que habla casi como un susurro.

Te amo

Pronuncia y mi corazón se detiene por un segundo para luego palpitar con fuerza en mi pecho. Aquello que por tantos años ansié escuchar, aquellas palabras, aquella expresión, aquel amor que me es entregado.

Le devuelvo cada gesto con el mismo amor y mucho más, le entrego todo de mi y que a nadie más he confiado y recibo de él su alma entera sin ninguna condición o arrepentimiento.

Debería ser suficiente para sentirme feliz y completo.

Pero no lo es.

Porque él no eres tú, no son los mismos ojos, los mismos labios o la misma voz, no es a quien en realidad anhelo tener entre mis brazos, pero aun así se que lo amo también, lo sé, lo siento en mí al mirarlo y no puedo negar el sentimiento.

Lo amo tanto.
Pero sigue sin ser tú.

No es a quien le confesé mi amor hace 10 años bajo la copiosa lluvia londinense, a quien le abrí mi corazón lleno de esperanzas e ilusiones pero que solo recibí palabras frías y excusas vacías.

<<Somos naciones, vivimos por nuestros ciudadanos. No somos humanos, no nos relacionamos de esa manera, el amor no existe para nosotros.>>

<<Nos declaramos la guerra, nos traicionamos sin remordimientos porque somos egoístas, es nuestra naturaleza. No podemos confiar en nadie y sé que lo entiendes así que fingiré que no te escuché y olvidaré que esto paso.>>

<<Adiós Estados Unidos de Norteamérica.>>

En aquel momento no se si fue la lluvia o mis lagrimas las que cayeron al suelo pero estaba seguro de una sola cosa luego de tu respuesta.

Jamas me amarías como yo te amaba.

Y dolió, duele y seguirá doliendo no importa cuantos años pasen o cuanto intente olvidarte siempre estas allí.

—¿América, te encuentras bien?

Abrí los ojos ante su voz alejándome de los tristes recuerdos.
Su tono de voz es como la tuya, el roce de sus manos tiene una calidez parecida a la que recuerdo de mi infancia y sus ojos de un verde jade igual de cautivadores.

Él eres tú.

Y tu recuerdo me atormenta, no me deja en paz. Solo veo tu espalda alejándose de mi aquella nefasta noche en Londres y me aferro al frágil y delicado cuerpo humano frente a mí, lo estrecho entre mis brazos con desesperación solo pensando en una cosa.

—Estoy bien, solo prométeme que no me dejaras jamás... Arthur.

Solo quiero vivir este sueño pasajero, empaparme de él y llenar mis tristes recuerdos con unos llenos de sus sonrisas.

Porque sé que Arthur me ama como tú nunca lo hiciste.

—Nunca te dejare, estaré contigo hasta el ultimo día de mi vida porque eres el dueño de mi corazón, de mi alma y de todo mi ser, y ten por seguro que cuando llegue mi momento de dejar este mundo mi último suspiro será para ti.

Y lo beso, una y mil veces.

Le hago el amor con dulzura, recorro su cuerpo con devoción marcándolo con besos, me pierdo entre sus gemidos deleitándome al oír mi nombre entre ellos, me entrego a su calidez y a su amor olvidándome por esos preciosos instantes que soy una nación, que tengo deberes y que no debería estar involucrándome con humanos de vidas efímeras. En cambio me enfoco en memorizar cada gesto, cada acción y palabras para llenar mi memoria de su recuerdo.

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