Era un caluroso diciembre de 2004, el tipo de calor que te hacía sudar como loco y hacía que necesitaras un par de lentes de sol.Yo con 27 años, rubio, con el flequillo corto al viento y buenas facciones, me sentía listo para formalizar con alguna chica que me diera la sensación de estar en movimiento, como una canción de los Rolling Stones, que nunca dejara de rodar.
Mis ojos azules eran mi fuerte con las minas, pero, aunque tenía mucho levante, ya estaba cansado de todo, sobre todo de las chicas que aparecían y desaparecían sin dejar rastro.
Había algo en mi estilo de vida que me hacía sentir un poco fuera de lugar. Mis amigos me llamaban «el rolinga», y sí, era lo que era: una especie de alma libre, hijo de la ciudad, pero siempre buscando algo más para entretenerme.
Caminaba por el parque como si todo lo demás fuera irrelevante, con la mirada fija en la gente que pasaba, sin prisa, dejando que el aire me despeinara.
Entonces, la vi. Estaba sentada en un banco, con la cabeza baja y temblando. Era obvio que lloraba. Esa chica tenía el pelo largo y un flequillo corto y negro, y una remera de los Rolling Stones que me llamó la atención al instante. Nadie más llevaba algo tan rockero en ese parque y por alguna razón, no pude evitar acercarme. No sé, si fue su remera o el simple hecho de que me daba curiosidad, porque esa desconocida podía estar tan mal un día como este. Decidí acercarme a su banca.
—¿Todo bien? —le pregunté, apoyando las manos en el respaldo del banco.
Ella levantó la mirada, pero no me respondió de inmediato. Sus ojos estaban enrojecidos, pero había algo en su rostro que me hizo pensar que no era una chica cualquiera.
—Sí... solo que... —empezó a decir, pero se interrumpió y suspiró fuerte. Parecía que le costaba encontrar las palabras.
—¿Estás sola? —me animé a preguntar, sin querer ser intrusivo, pero algo me decía que si no lo hacía, no sabría nunca qué le pasaba.
—Sí... —dijo, secándose una lágrima con la punta de su pañuelo—. Acabo de romper con mi novio, hace un ratito.
Me quedé un rato mirándola, buscando algo en sus ojos que me diera una pista sobre qué hacer. La veía triste, pero no parecía estar tan destruida como esperaba. Quizás solo necesitaba hablar, o distraerse, o... lo que fuera.
—Soy Ángel —le dije, sonriendo para que no se sintiera tan incómoda—. ¿Y vos?
—Me llamo Andreina —respondió, un poco más tranquila, pero todavía con la mirada perdida—. Tengo 18 años, ¿y vos?
—¡Qué loco! —dije con asombro.
—¿Por?
—Pensé que eras más chiquita y ya sos una adulta —respondí.
—No soy tan pendejita —repuso—. ¿Y vos qué edad tenés?
—Tengo 27 años —respondí
—Qué piola, pareces de menos —agregó.
—¿Cómo cuánto? —exclamé.
—Pareces de 20 o 21 —dijo ella.
—Vení, crucemos para comprar una cerveza en el kiosko de en frente —le ofrecí, señalando la tienda.
Ella aceptó sin pensarlo mucho, como si estuviera buscando una excusa para dejar de sollozar. Caminamos hasta el kiosko y compramos un par de cervezas. Mientras las destapaba, le hablé.
—Yo estoy por comprarme un celular —le dije, porque sentía que la charla tenía que continuar—. Estoy juntando plata. Trabajo con mi viejo, soy mecánico y soy hijo único, ya sabés. Pero mi verdadero proyecto es irme de la casa. Quiero vivir solo. Mi tía murió hace años, su casa está cerrada hace banda y la quiero arreglar, antes que entre algún okupa. Quiero pintarla, arreglar los caños de agua, poner muebles nuevos, porque los que hay ahí son unos fósiles de los años '70. Pero antes necesito juntar unos mangos, para mudarme, hacer fiestas, invitar a mis amigos y tener independencia.

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Salir de la realidad (Cromañón)
القصة القصيرةEsta obra evoca al recuerdo, a la memoria y la justicia. Ésta está compuesta con personajes ficticios, sumados a la historia real, en homenaje a todas las víctimas en la masacre de República de Cromañón.