いち⏱ ᴅᴏᴍɪɴɢᴏ

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θ6 : 19 : θ4 : 25

díaѕ нoraѕ мιn ѕeg

Estaba tumbada en del suelo del cuarto de estar leyendo Muerte por agujeros negros y otros dilemas cósmicos cuando nuestro aire acondicionado soltó una especie de tosecilla y murió. Un calor bochornoso empezaba a extenderse por la habitación cuando puse la mano sobre la máquina colocada junto a la ventana. Nada. Ni un soplo de aire frío, Apreté un par de botones, confiando en arreglarlo. Pero no pasó nada.

-Mamá -dije.

Mi madre estaba sentada en la puerta de la cocina, envolviendo cacerolas en hojas de papel de periódico.

-No es que quiera asustarte ni nada por el estilo, pero se acaba de estropear el aire acondicionado.

Tiró al suelo unos trozos de papel de periódico y nuestra gata, Dorothea Brooke, se acercó a olisquearlos.

-Lleva un tiempo haciendo eso. Aprieta el botón grande, el naranja, y mantenlo pulsado un rato.

-Ya lo he hecho, pero me parece que esta vez la cosa es grave. Creo que he sentido cómo expiraba su espíritu.

Mamá quitó un panel de la parte de atrás de la máquina de aire acondicionado y estuvo hurgando un buen rato.

-Qué mala pata. El casero ya nos avisó de que esta máquina no duraría mucho. Es tan vieja que tendrá que cambiarla para el próximo inquilino.

En Tokio siempre hacía calor en agosto, pero ese verano estaba siendo casi insoportable. La friolera de cinco minutos sin aire acondicionado y todos los fluidos de mi cuerpo empezaban a evaporarse a través de mi piel. Mamá y yo abrimos algunas ventanas, enchufamos unos cuantos ventiladores, abrimos la nevera y nos pusimos delante.

-Deberíamos llamar a un técnico -dije- o nos vamos a morir de calor.

Mi madre sacudió la cabeza, adoptando su papel de profesora Wachowski. Aunque somos las dos bajitas, ella tiene un aspecto mucho más imponente que yo, con su mandíbula recta y esos ojos tan serios. Parece una de esas personas que nunca pierden una discusión y no saben encajar una broma.

Yo he salido a mi padre.

-No -contestó mamá-. No pienso encargarme de esto cuando falta una semana para que nos marchemos. Los de la mudanza vienen el viernes. -Se dio media vuelta y se apoyó en la puerta de la nevera- ¿Por qué no sales un rato? Puedes ir a ver a tus amigos y volver esta noche, cuando refresque.

Yo di la vuelta a mi reloj de pulsera.

-No, no pasa nada.

-¿No quieres? -preguntó-. ¿Ha pasado algo con Mika y Felix?

-Claro que no -contesté-. Pero es que no me apetece salir. Me apetece quedarme en casa y ayudar, y portarme como una buena hija.

Dios santo, hasta a mí me sonaba sospechoso lo que estaba diciendo.

Pero mi madre no lo notó. Me pasó varias monedas de cien yenes.

-En ese caso, ve al konbini a comprar unas toallas de ésas que se meten en el congelador y se ponen en el cuello.

Miré el dinero que tenía en la mano, pero hacía tanto calor que se nublo la vista. Salir a la calle equivalía a lanzarse a ese aire que quemaba. Significaba recorrer las callejuelas que conocía tan bien, pasar junto a susurrantes máquinas expendedoras y gatos callejeros tendidos en los portales de los bloques de apartamentos. Cada ves que lo hacía, me acordaba de todas la pequeñas cosas que me encantaban de Tokio y que estaba a punto de perder para siempre. Y ese día, justamente, no necesitaba que me lo recordaran.

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⏰ Última actualización: Dec 30, 2018 ⏰

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Último verano en Tokio ⛩ Bang ChanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora