Prólogo

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Aradia seguía sin poder creerlo, leía una y otra vez ambas cartas sin dar crédito a nada, se sentía en una absurda y horrible pesadilla de la que no podía despertar. A penas tres días atrás ella era inmensamente feliz. Lo tenía todo.

Ahora se sentía rota por dentro, le habían arrebatado a la persona que más había amado desde que tenía memoria, su compañero, su mejor amigo, su pilar... el amor de su vida. Se había esfumado sin dejar rastro o señal de nada...

Y todo porque no había notado las señales, mejor dicho no les dio la importancia que realmente tenían, desde hace ya un año Regulus le había dado una pista, que no supo aprovechar en su momento. El mismo día que la había descubierto volviendo de Azkaban, tuvo esa oportunidad de oro que ahora era inexistente.

Aradia había estado tan enfrascada en su felicidad que no se dio a la tarea de investigar, simplemente confío ciegamente en las palabras de su esposo... y ahora también la había dejado. Tampoco lo tenía a él y no pudo hacer nada para evitarlo, nuevamente falló.

Era como una interminable pesadilla que se repetía una y otra vez cada cierto tiempo, cada vez golpeando y destrozando su corazón con más fuerza que antes. Sentía que la esperanza de apoco, se le estaba escapando de las manos como agua entre sus dedos.

Primero la muerte de su madre, quién se había sacrificado por su imprudencia y desesperación. Dio su vida por la de ella y la de sus nietos.

Después, los padres de James. Esas dos personas que la habían tratado como a una hija y la querían como una. Aquellos de los que ni siquiera tuvo oportunidad de llorar, porque estaba encerrada en su propio hogar por su segundo embarazo. Se había enterado demasiado tarde, hasta el día de la boda de James y Lily. No había tenido cara como para siquiera preguntar a su amigo cómo lo estaba llevando. Solamente iba a revivir viejas heridas en lo que debió ser uno de los días más felices de su corta vida, y hacerlo sufrir más de lo necesario. Por lo que calló y siguió adelante sin decir o comentar nada.

Luego cuando creían haber encontrado algo de paz, ambos son asesinados. A quien consideró su hermano mayor por muchos años y una de sus mejores amigas, ahora estaban muertos.

Todo trajo como consecuencia el aislamiento de Harry del mundo mágico, y el injusto encierro de Sirius, era la cereza del pastel.

Aradia salió adelante cada una de esas ocasiones. Dejar esos amargos recuerdos atrás, gracias al apoyo y consuelo que su esposo siempre le brindó incondicionalmente.

Ahora que Regulus era quién se había marchado lejos... no tenía ni idea de cómo seguir, o que hacer.

Sus lágrimas empañaba su visión y sus sonoros sollozos impedían escuchar los suaves golpes de la puerta de la habitación que había compartido con Regulus por cinco hermosos años. Los cinco años más felices de su vida, y que ahora, le parecían un cruel chiste.

Fue imprudente nuevamente y volvía a pagar el precio por ello.

Tarde comprendió porque Regulus no quería realmente que ella fuera en busca de Harry a casa de los Dursley, no fue solo por las complicaciones de su parto o porque estuviese preocupado por su recuperación.

Todo tuvo un trasfondo más oscuro del que imagino.

Regulus le había dicho que alguien estaba causando problemas en el ministerio y de los anónimos, pero nunca mencionó nada sobre el verdadero culpable, o de lo que realmente buscaba. Simplemente hablo de vagas amenazas. Jamás le dijo nada de culpables con nombre y rostro.

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