Ingresó en la habitación veintidós trabando desde adentro la puerta con llave, al mirar derredor notó que era un lugar acogedor y amplio. Las paredes estaban pintadas de un blanco que inspiraba paz y armonía, sentimientos que tanto le hacían falta. Sobre la cabecera de la cama colgaba un cuadro rupestre de colores cálidos que desencajaba con el exterior desierto que la había estado rodeando. Cautivada por el cuarto, apoyó el bolso en la cama y fue directamente a darse una ducha.
Abrió la llave de paso del agua caliente y comenzó a desvestirse sintiendo que cada ropa que se sacaba era una gran carga que la había estado molestando horriblemente a lo largo de la noche. Entró con cautela para sentir la temperatura del agua, puso la mano debajo: salía tibia, cosa que no acostumbra suceder en los hoteles que había conocido. Se metió sin titubear debajo del agua, corriéndose el pelo hacia atrás, y empezó a sentir un gran placer ante las gotas que se desplazaban suaves sobre su cuerpo, era tanta la fatiga de sus huesos que aquella lluvia liviana simulaba una sesión de acupuntura sobre sí.
Había pasado más de veinte minutos debajo del agua y no tenía ganas de moverse de allí. En ese tiempo recapacitó en lo ocurrido en la puerta del ascensor. No estaba segura de que aquel hombre, que se había presentado con el mismo nombre de su esposo, se pareciese a su esposo, si no que sospechaba de un mal juego de su mente alterada por el crimen. Mientras refregaba sus senos, sonrió al reconocer que su accionar ante tal situación había sido por demás exagerado. Sí, sin duda lo había sido, la única respuesta a esa reacción era la susceptibilidad provocada por los hechos de la noche pasada.
Aumentó la fuerza del chorro para sentir la lluvia caer más pesada sobre su piel y así tratar de experimentar un alivio aún mayor. Por su cuerpo se deslizaban suaves burbujas de jabón. Tomó la esponja y fregó su cuerpo. Se mordió los labios, lo sabía y no podía esconderse de aquella verdad: si bien quien parecía el dueño del hotel no era igual a su marido tenía un gran parecido. Sí, las voces eran diferentes, pero la semejanza de los ojos, el color de pelo y la estatura eran escalofriantes similares. Un temblor la recorrió por completo al cavilar en aquellas deducciones y dejó resbalar de su mano la esponja. Se sentía tan torpe al rememorar a Joaquín, sus manos le temblaban de tal forma que no le era posible sostener nada, su vista se perdía en puntos fijos, en algo que le era invisible pero que evidentemente estaba allí y buscaba en vano pues era imposible encontrarle sentido, y menos aún con la razón pues no había explicación alguna que surgiese en su mente alterada.
Finalizado el baño, salió con la toalla cubriéndola, miró el reloj que colgaba de una de las paredes de la pequeña habitación y analizó que lo mejor sería irse a dormir y dejar que la noche pasara velozmente. No deseaba desayunar, ni ir a comer al mediodía, si podía descansaría hasta entrada la tarde, necesitaba horas de encierro, un poco de tranquilidad y, en especial, evitar un nuevo encuentro con el joven Joaquín.
Al salir hacia el dormitorio vio la cama y su rostro quedó desencajado en una mueca de terror y locura. No podía creer lo que sus ojos le mostraban: las sábanas totalmente sucias y revueltas, en esa cama que le había parecido muy agradable, ahora se mostraba conformada por unos oxidados caños de acero como si fuese el lecho de un hospital abandonado. No solo eso se había modificado, sino también el cuarto había cambiado sus paredes macizas por unos podridos tablones de maderas, en los cuales se leía, escrito con sangre, el número de la habitación por todos lados. Estaba espantada, quiso voltear para encerrarse en el baño, pero cuando palpo la puerta, notó que solo estaba tocando una de esas maderas podridas y húmedas que cubrían todo el lugar. El terror fue peor cuando percibió que dentro de la cama resaltaba un bulto que emitía un lento movimiento ascendente y descendente. Una respiración.
Raquel aterrada se apretaba más contra la pared con una mano en su corazón al notar que de la sábana brotaban manchones de sangre del bulto informe. Envuelta en aquel espanto y sin saber qué hacer, tomó un jarrón que se encontraba a su derecha, en una mesita y lo tiró fuertemente contra la cama. El jarrón se hizo añicos contra el bulto, algunos trozos se incrustaron en las maderas de la pared, pero aquél no se movió. Raquel se acercó tomando una silla y levantándola por sobre su espalda en posición de ataque. El silencio de la habitación hacía que el cuerpo de Raquel se pusiese aún más tenso. Las gotas de la ducha, que antes habían recorrido su rostro de una manera tan suave, ahora pasaban a ser densas gotas de sudor que bajaban hasta sus ojos irritándolos llenándolos de lágrimas saladas con gran sopor. Se colocó a un costado de la cama, para contemplar más de cerca el objetivo. Cuando quedó enfrentada, ahogó un grito con una bocanada de aire, pues a través de la sábana escarlata, la masa amorfa comenzaba a agitar más su respiración y a ascender con cierta velocidad hacia ella. No tenía duda, allí dentro se encontraba una animal o una persona, algo vivo que buscaba atacarla.
Sin titubear decidió que lo mejor sería actuar rápido, levantar la sábana y golpear directamente a lo que fuese que se encontrase en esa cama. Golpear en la cabeza sin dejar que actúe. Contuvo la respiración, corrió con la pierna la sábana y, cerrando los ojos sudados, vio en su mente que la silla que bajaba iba dirigida al cuerpo muerto de Joaquín. La reproducción mental era perfecta, el golpe bajaba en ese mismo momento, lugar y tiempo, con toda su desesperación, sobre su esposo, igual que lo había dejado en su casa, estirado y con el cuello roto.
Sin embargo, luego de dado el golpe, la silla rebotó como un resorte al pegar en seco contra el colchón vacío. El impacto la hizo caer de bruces en el suelo. Raquel abrió los ojos desorientada, tratando de recuperar sus fuerzas. Sosteniéndose en una de las patas de la cama, intentó reincorporarse. No comprendía qué sucedía, cómo había cambiado todo de esa forma, las paredes estaban sin sangre, la habitación no mostraba más vida que la suya en su interior, quién le estaba jugando esa broma tan pesada.
Miró de redor, el miedo la invadió al cerciorarse que la habitación era la misma que había dejado hacía unos minutos al entrar al baño, no había ninguna madera pintada que la rodeara, todo era blanco y el cuadro rupestre seguía sobre la cabecera como si nada. Lo único raro que halló, luego de revisar cada resquicio, era que la llave que había dejado en la cerradura estaba sobre la almohada con el veintidós enfrentándola.
Contrariada, avergonzada de su terror y preocupada porque las alucinaciones se agravaban y se presentaban demasiado reales, se puso a hacer la cama. Mientras levantaba las sábanas, revisó y verificó que no había siquiera una minúscula manchita de sangre. No había nada. Apenada se arrojó rendida en el suelo, tocó su rostro y sintió desconsolada como unas débiles lágrimas caían. Sabía que había visto a Joaquín en aquel lugar, no estaba loca, ¿o sí? Debía negárselo, debía autoconvencerse de que nada de eso había ocurrido, de que era un juego horrible que le provocaba la culpa porque si no lo veía de ese modo realmente enloquecería. Desde la postración en que se encontraba, estiró su mano hacia el bolso, sacó una de las tablitas de ansiolíticos e ingirió tres. Guardó el medicamente y pensó que éste no servía, que el psiquiatra se había burlado de ella, como lo había hecho su marido con esa sucia secretaria.
Miró el reloj que colgaba en la pared de la habitación, anunciaba las siete y media. Los planes cambiaban, iría a desayunar para olvidarse de aquel mal momento y le preguntaría al conserje si alguien más podía llegar a tener una copia de la llave del cuarto. También tendría que inventar algún accidente para excusarse del jarrón que había roto. Salió de su habitación poniéndose los antejos negros, tenía que saber cómo había sido posible que las llaves apareciesen allí, estaba segura de haberlas dejado en la puerta, de no ser así, alguien tenía que haber entrado desde afuera, desde alguna ventana, quizás. Tendría que averiguarlo.
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HorrorUn viaje a la locura y la sin razón. Luego de que en un ataque demencial Raquel diese muerte a su marido Joaquín en su casa, comienza un largo camino de huida que estará marcado por el trastorno del crimen.