Capítulo 2

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Habían pasado seis largas horas de oscura carretera y el efecto del narcótico estaba desapareciendo. Y eso que había sobrepasado la dosis recomendada. Sus ojos amenazaron a llenarse, inexplicablemente, de lágrimas que la obligó a detener el coche al costado de la ruta, pues no podía seguir conduciendo en ese estado lamentable.

Parada en aquel paisaje árido y solitario intentaba calmarse. El primer intento fue pensar que Joaquín nunca había existido, que sólo había sido una ilusión, un mal sueño, un mero amigo imaginario, que su mente era capaz de crear personajes que parecieran reales; pero era imposible despegarse de todo lo vivido, en especial de los últimos días, imaginar que aquello fuese una mera ilusión, una fantasía, era un verdadero sinsentido. Agitada por aquella impotencia que planteaba el olvido, empezó a golpear la bocina repetitivamente para descargarse. Su rostro mostraba serias señales de nerviosismo; su boca emitía unos ruidos desagradables y molestos producidos por el entrechocar de los dientes; sus labios se cerraban y abrían frenéticamente como si estuviese besando al aire. Su cuerpo le exigía más pastillas, se invadía de movimientos nerviosos para demostrarle que sin las drogas no podría calmarse y seguir.

"Tengo que resistir", aquél era el único pensamiento que anidaba en su cabeza, puesto que no tenía demasiadas pastillas como para aplacar las ansias durante aquel viaje sin destino. Inmersa en aquella desesperación, inició la búsqueda en el mapa, que llevaba dentro de la guantera, de un hotel en donde detener su agitada marcha y alojarse para descansar un poco su atareada mente. Sin embargo, la intranquilidad creció sobremanera al notar que en el mapa no existía ningún hotel, ni albergue, cercano. Miraba el pedazo de papel tembloroso con expresión confusa pues se había dado cuenta de que no entendía por dónde estaba yendo. No había prestado atención en ningún momento de su recorrido a los carteles de señalización y ahora recordaba que hacía más de veinte minutos que en la ruta que había estado recorriendo no había visto pasar ningún auto, lo que la dejó totalmente desconcertada puesto que a diestra y siniestra sólo se podía comprobar que el paraje estaba completamente desierto. Estaba resignada, desconocía su ubicación y aquello empezaba a resultarle un gran problema ya que no había ningún cartel que le indicará por dónde iba; ni un solo maldito cartel, ninguna casa, ningún accidente geográfico. Lo único que había visto, desde el momento en que huyó de la ciudad y comenzó a prestarle un poco de atención al camino, fue la solitaria carretera en la que se encontraba prisionera.

Subió al auto atareada y arrancó otra vez con la esperanza de toparse, por lo menos, con alguna casa en donde poder alojarse aquella noche. Acomodó el espejo retrovisor y al ver sus ojos le aparecieron en su imaginación imágenes del crimen. No podía borrar de su cabeza la mirada vengativa con que Joaquín la había despedido antes de morir bajo la presión de sus manos. Recordaba con terror aquella sonrisa que le había ofrecido, había sido realmente horrible, se le heló la piel al pensar en ella, porque sabía que en esa sonrisa escondía los peores sentimientos que pudiese albergar un alma humana hacia otra. Su cabeza sabía que la tranquilidad que había abrazado gracias a las pastillas era irrecuperable y apretó con más fuerza el acelerador para encontrar algún paraje salvador.

Recorrida una nueva hora de ruta desierta, el milagro tan esperado por su corazón se hizo presente como caído del cielo. Los colores del amanecer, de las cinco y media, a quinientos metros, junto a un cartel que anunciaba que estaba conduciendo por la ruta veintidós, le revelaron la existencia de un hotel. El hotel como la ruta debían de ser nuevos ya que no existían sus localizaciones en el mapa que siempre había sido actualizado por Joaquín, pues viajaba, frecuentemente, solo o con su secretaria por cuestiones de trabajo. Al recordar aquello último, contuvo una carcajada de ira y pensó "Ahora tu zorrita te va tener que ir a buscar al infierno basura mentirosa". Cruzó el portón de entrada del hotel y vio que en el garaje no había ningún auto así que estacionó sin problemas pensando que, con suerte, sería la única que se hospedara allí y que no habría inquilinos que la inquietasen. Bajó del auto con el bolso y su cartera, fue hasta la entrada y volvió a ingerir dos ansiolíticos.

"Hotel el veintidós"

El cartel, escrito con caligrafía precaria, se posaba sobre una roja puerta que le desagradó sobremanera. Antes de ingresar, sacó unos lentes negros de su cartera para ocultar lo rojo de sus ojos nerviosos y entró con paso elegante intentando parecer natural para no llamar la atención con su aspecto.

El lugar parecía acogedor, las paredes estaban pintadas de un suave celeste y el mobiliario era bastante modesto. Miró derredor, un poco más relajada gracias al efecto que le producían las patillas, y tomó la determinación de hacer todo lo más rápido posible, evitar cualquier contacto visual con la gente que hubiese en ese lugar, para irse a descansar.

La última preocupación de Raquel ya se podía desvanecer. En la pared estaban colgadas las llaves de todas las habitaciones del hotel. Detrás de la computadora apareció un joven al cual no se le distinguía bien el rostro por la luz del sol que entraba por una de las ventanas. Ella lo saludó sin prestarle atención y pidió una habitación alterando suavemente la voz. El muchacho le pidió su documente y ella le dio el que no llevaba su apellido de casada, por si la noticia del difunto ya había sido difundida por la televisión o la radio. Por primera, vez luego del asesinato, fue precavida.

- Señorita Estela, con la noche en la habitación viene incluido el desayuno, el almuerzo y la cena. El desayuno es intercontinental, lo servimos a las ocho de la mañana y el almuerzo es una delicia que prepara por mi madre, a la una. La cena, si tiene la suerte de quedarse, será una sorpresa.- dijo el hombre anotando los datos en la computadora.

- Muchas gracias, pero dudo que asista. Me siento muy fatigada por el viaje... preferiría descansar hasta tarde, disculpe- se excusó mirando distraída por encima del mostrador.

- Como desee- anotó rápidamente dos cruces en un papel, lo puso en la mesa y le indicó con el dedo- Firme aquí y aquí por favor.

- Sí – asintió tomando la hoja.

La firmó y advirtió que pasar la noche en el hotel le costaría mil pesos, lo que le pareció excesivo para un hotel de condiciones medio bajas. Enojada, sacó de la cartera el dinero, le pagó entregándole la hoja y se dio media vuelta para dirigirse a la habitación que le había sido otorgada: la número veintidós. Cuando llamó al ascensor para subir al corredor que la llevaba a su cuarto, vio que se le acercaba el recepcionista con paso firme y decidido.

- Perdone, señorita, se olvidó su documento- le tendió el documento, la miró, le sonrió cordialmente y después de que ella agarrase el documento, siguió con la mano tendida- Joaquín Suárez, a su servicio.

Raquel se alteró al escuchar el nombre de su marido en esa voz extraña. Pensó que era una burla del destino, hasta entonces había estado obnubilada en sí misma, pero su impresión fue peor al prestarle verdadera atención. Notaba una impresionante semejanza física con su esposo: el pelo rubio, los ojos celestes penetrantes, un metro sesenta. El cuerpo le tembló de los pies a la cabeza, el bolso que llevaba en su mano derecha cayó estrepitosamente al suelo y sintió que se desvanecía.

Joaquín, al ver tal reacción de la mujer se asustó y la abrazó para que no se desplomase de espaldas. La tuvo rígida en sus brazos por unos segundos que fueron eternos. Ella, volviendo en sí, lo apartó velozmente alegando que se encontraba bien y se agachó para recoger el bolso, pero él se anticipó y guardó algunos artículos que se habían caído de aquél. Mientras lo cerraba se quedó mirando a Raquel que, si bien parecía recompuesta, aún mostraba una expresión rígida en su rostro y seguro, intuía él, su vista se perdía en la nada aunque los lentes negros no se la dejasen ver. Levantándose, le volvió a preguntar a Raquel si se encontraba mejor mientras le tendía el bolso. Al escuchar la voz del individuo, muy diferente a la de su esposo, se produjo una ruptura en el tiempo estático en el cual se había sumido hacía unos segundos, saliendo de lo que había sentido como un trance de pánico. Tomó el bolso y respondió suavemente:

- Estoy un poco cansada, es sólo eso. El viaje ha sido agotador y necesito horas de sueño.

- Me parece bien. Perdone que sea molesto, pero alimentarse la ayudará a recuperar las fuerzas. Por favor, asista al desayuno, la estaremos esperando en la mesa veintidós a las ocho.- Raquel asintió apretando fuerte el bolso, le tendió la mano al joven en forma de despedida cordial.

- No le prometo nada, hasta luego- subió al ascensor.

22Where stories live. Discover now