Interminable.

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Cada vez que subía a un autobús, como de costumbre en el lado de la ventana, al fondo y los oídos encharcados en música que se escuchaba desde el asiento del conductor. Le rozaba la piel ese mechón de pelo que nunca le llegaban a los palillos sujetar. En sus manos un pequeño cuaderno negro y un estuche lleno de lápices iguales, nunca entendí para qué tantos la verdad, imagino que por precaución. Creo que le mareaba la lectura mientras el autobús estaba en marcha, tenía manos de lectora pero nunca la veía leyendo, ni coger el móvil siquiera. La curiosidad de saber que plasmaba en ese cuaderno, sabía que no escribía porque hacía unos giros de muñeca bruscos y largos, no levantaba la mano del papel pero había ciertos momentos que cerraba los ojos, que buena memoria, pensé. El autobús hizo una breve parada y aproveché para cambiarme de sitio, tenía de antemano vistos cuales estaban libres. No lo entendía, estaba dibujando o intentándolo, creo que estaba bastante frustrada; empezaba con una línea continua y limpia haciendo el contorno de un ojo, pero cuando llegaba a la pupila, cambiaba de lápiz, rellenaba solamente la mitad, como el cuarto creciente de la luna, pasaba de hoja y volvía a empezar. Dejé de mirar por un instante y cuando me di cuenta había llegado a mi destino, cogí la mochila que ponía el asiento de mi derecha en ausente y fije vista sobre sus manos, seguía. Quizás no le gustaba como quedaba, pero, sino no estaría repitiendo constantemente lo mismo, o quizás dibujaba de retentiva pero se quedaba en blanco. O era muy complicado lo que intentaba hacer. No sé mucho de dibujo y menos de arte, he visto a compañeros dibujar desnudos y no poder de los nervios, imagino que podrá ser lo mismo, o parecido.

MenguantementeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora