CAPÍTULO ÚNICO
FIX ME.
NUEVAMENTE, LA MINA DEL LÁPIZ se rompía con facilidad en una interminable noche de estudio. La joven mordió su labio inferior con molestia, cansada de aquel suceso. Su pulgar presionó una vez más el extremo del porta-minas, soltando un resoplido al darse cuenta de que tenía que volver a cargar el lápiz. Se hallaba de malhumor, observando con desdén el reloj encima de su escritorio como las horas transcurrían y ella seguía allí, luchando contra su propia concentración. Los números, los signos, las x, las y e incluso las z, se esparcían sobre las hojas de papel prepicado y los libros de un grosor increíble con cierta desesperación.Min Hyesang siempre pensó que las matemáticas eran su sueño. Sin embargo, ahora que se encontraba en la universidad, estaba consciente de que la realidad era otra. Las matemáticas eran las principales culpables de dormir tan sólo unas horas; además de aquellas bolsas oscuras bajo sus ojos mieles. En otras palabras, —y una cruel verdad— las que le quitaban el sueño.
Podía ser rudo, agotador e inclusive doloroso; pero Hyesang, por más que le insistieran en ello, no se arrepentía haber seguido aquel anhelo. La joven de cabellera castaña, algo corta y desordenada, podía gritar a los cuatro vientos que odiaba a su profesor de cálculo III, no así, a sus adoradas matemáticas. Aquel fósil, llamado Jang Seungyoon, era un verdadero dolor en el culo. El día en que él se jubilara, sería el mejor de toda su desastrosa existencia.
Unos pasos alertaron su estudio infernal, dándose la vuelta en su silla giratoria para enfrentar a su acompañante. Esbozó una media sonrisa al observar a Kim Dongyoung —su compañero de departamento y universidad— con aspecto adormilado, sus bonitos cabellos negros sin ningún orden y su simple pijama de color azul marino. Su piel nívea parecía brillar frente al leve rayo de Luna que se abría paso por las cortinas de la habitación. Ante tal obra de arte, los pómulos de la estudiante no evitaron pintarse de rosado de la vergüenza. Hyesang no podía estar más de acuerdo con gran parte del alumnado femenino en que el cantante era un ser demasiado adorable y hermoso para un mundo tan violento como lo era hoy en día.
—Hyesang. —la llamó, como un niño pequeño— Deberías descansar. —movió su cabeza a un lado y a paso lento, se acercó a la estudiosa fémina— Son las tres de la mañana y estoy completamente seguro que te ha quedado claro la lección que tuviste hoy. —se cruzó de brazos y trató de verse imperturbable. Claramente, no lo logró; es más, una carcajada floreció de la boca de Hyesang.
—Éste sería el intento número cincuenta y dos, Doyoung. —dijo su apodo con cariño, sin contener su brillante y cansada sonrisa. El joven terminó por contagiarse con aquella expresión, sonriendo de la misma forma— Soy incapaz de tomarte en serio.