Sinopsis

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Edward Cullen estaba sentado con gesto grave en la primera fila.

No era sorprendente; su madre, su adorada madre, acababa de morir. Estaba solo en el mundo a partir de ahora, y ni poseer toda la fortuna de sus padres le consolaba en lo más mínimo.

El Dr. Holland entró a la sala y se sentó en silencio. Carraspeó un poco y alzó el documento que leería. Toda la primera parte era una especie de mensaje de Elizabeth para los que amaba. Edward no quería escucharlo, de hacerlo acabaría llorando en publico, y esa idea no podía agradarle si planeaba seguir siendo un respetado hombre del mundo de las finanzas. Las noticias vuelan rápido, las fotos bochornosas van en jet.

Miró a su alrededor, observando al puñado de personas que, tras el entierro, se habían dado cita a ese último momento para recordar a Elizabeth. Conocía a prácticamente todos; algunos tíos y primos a los que no veía hace bastante, antiguos empleados de la mansión que apreciaban mucho a su madre, amigos cercanos de la familia, personas distinguidas del pueblo y una dama, particularmente bella y solitaria. Estaba en la última silla de la última fila, apartada de todos los demás. Llevaba un birdcage negro que le tapaba la mitad de la cara, pero a pesar de eso podía ver su piel arrebolada y las lágrimas contorneándole las mejillas. Edward no podía recordar su rostro de ninguna parte, y sabía que recordaría una mujer con un rostro dulce como ese.

La voz de Holland lo sacó de sus pensamientos y le hizo devolver la mirada adelante.

- ...a mi hijo, Edward Anthony Cullen, le heredo la mitad del dinero que poseía en mi cuenta bancaria, todos los objetos pertenecientes a su padre y la propiedad compartida de la mansión familiar con la señorita Isabella Marie Swan...- sus ojos se salieron de sus órbitas. Él no iba a escuchar la lectura del testamento porque le parecía obvio que todo quedara en sus manos, como mucho, esperaba que obsequiara a parientes cercanos algunos recuerdos de la familia, pero Isabella Swan...era la primera vez que oía su nombre, y estaba seguro que esa señorita que sonreía a Holland débilmente en el último asiento no era alguien cualquiera - ...a quien también le dejo la otra mitad de mi cuenta bancaria y mis pertenencias personales, entre ellas, mis vestidos y joyas, que espero sean de su agrado... -

Él la miró con curiosidad impresa en la cara, no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué su madre le dejaba tantas cosas a una desconocida? Ella lo miró de reojo y sus mejillas se arrebolaron nuevamente.

Desde allí todo pareció suceder rápidamente.

Para cuando Edward Cullen se dio cuenta, una mujer de guantes negros entraba por la puerta principal de su casa con paso tímido acompañada por el doctor Holland. Entre sus manos sostenía una pequeña maleta de cuero.

Oh, no me jodas...

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