Bella POV
Aquella noche me metí en la habitación y cerré con seguro la puerta. Entre las pocas pertenencias que traía conmigo estaba un libro que me había dejado el señor Cullen algunos años antes de que me fuera de la casa. Acaricié su portada arrugada tras el paso del tiempo y sonreí. El señor decía que el libro era de su infancia, se lo había comprado su padre una vez que viajaban por Francia, según le entendí. Le petit prince. Recordaba leerlo bajo la sombra del manzano más alejado en los jardines, a la hora que la familia se sentaba a comer.
Edward ya no era el de mi infancia. Él no recordaba mi nombre, ni mi rostro. No había lugar para Bella en su cabeza acelerada de mundo; en cambio, en la mía, cabeza de una sirvienta que no tiene en qué ocuparse, él ocupó cada rincón cada día desde que me marché. Y cada espacio libre en mi corazón también. Era pequeña, pero él me gustaba. Sentía cosquillas por todo el cuerpo cuando tomaba mi mano, cuando me sonreía...Me encantaba cuando se reía despreocupadamente y se despeinaba el cabello de hilos de cobre. Para mi no había niño más listo que él, ni más valiente, ni más guapo. Era único en mi cabecita inocente. Y hasta hoy, esos recuerdos no habían dejado de hacer mella en mi.
Narrador
Isabella estaba recostada sobre la cama, aún vestida, con el libro antiquísimo entre las manos y las lágrimas de nostalgia empapándole la cara. Sollozaba suavemente pues no quería ser escuchada. Los recuerdos la envolvían como una cálida manta.
Tras la puerta y devastado se encontraba el dueño de sus suspiros. Edward se despeinaba el cabello nerviosamente una y otra vez, sin entender nada. No sabía nada de la mujer con la que ahora debía compartirlo todo, pero tampoco podía maltratarla. Sabía que lo correcto era pedir disculpas por su comportamiento.
Tres golpes suaves a la puerta dio antes de intentar abrirla, sorprendiéndose cuando notó que estaba puesto el cerrojo. Se imaginó a la mujer asustada, con miedo de...él.
-Señorita Swan, disculpe la molestia...¿Podríamos bajar a beber un té y conversar un momento?- dijo suavemente, pero no obtuvo respuesta.
Estaba ya por marcharse de allí, creyéndola dormida, cuando la puerta se abrió ante él. Una Isabella Swan entristecida alzaba el mentón con gesto serio.
- Señor Cullen - dijo firmemente, al momento que se dirigía hacia las escaleras para ir a la cocina, esperando que la siguiera. El otro, perplejo ante la nueva firmeza de su interlocutora, fue tras ella sin decir ni una palabra.
Unos momentos más tarde, Isabella preparaba té verde en la cocina. Edward estaba en la mesa de la sala en completo silencio. Lo único que se oía era el agua hirviendo en la estufa, burbujeando. Isabella alistó todo en la charola que llevó a la sala y la colocó sobre la mesa.
- ¿Azúcar? -
- Dos cucharadas, por favor -
La mujer hizo, con una ceja alzada todo el tiempo. Edward no sabía por qué, pero le daba la sensación de que ella estaba fastidiada por alguna cosa. No preguntó a pesar de eso, solo tomó la taza y empezó a beber. Se quedó sorprendido un momento, con el sabor inundándole los recuerdos.
- Es curioso...El té que ha preparado me ha recordado a mi niñez. No sé por qué será -
Ella apretó los puños sobre la falda y sus labios se volvieron una fina linea de disgusto.
- ¿Es que no me recuerdas, realmente?-
- Ha sido la primera vez en mi vida que te he visto - aseguró extrañado - ¿Debería conocerte?-
- Para nada - dijo intentando sonreír y poniéndose de pie. Él la observó aún más extrañado - Odio el té- dijo sonriendo todavía más - La desconocida quiere ir a descansar a su habitación si no le molesta-
- Señorita Swan - la detuvo - Quería pedirle disculpas por mi comportamiento deplorable, y decirle que la acepto en mi casa. Me gustaría saber de qué se conocían mi madre y usted únicamente-
Isabella suspiró, negando. Miró a Edward a los ojos. Más jades que nunca, y le dijo:
- Acepto las disculpas, pero me temo su madre no deseaba que usted supiera por mi lo que nos une, no voy a faltar a su voluntad -
Bella regresó a la habitación de paredes descoloridas y lloró amargamente hasta quedarse dormida. Hasta que Edward Cullen volvió a tener el rostro y la voz del niño que jugaba bajo los árboles y le daba la mano al correr por la pradera.
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Legado
RomanceLa Señora Elizabeth Cullen había muerto y todos se frotaban las manos deseosos de figurar como herederos en su testamento, del que nadie más que su abogado tenía conocimiento. Edward Cullen, su único hijo, era por excelencia el heredero de su jugoso...