Las mariposas negras son señal de muerte, recuerda Esteban al ver una en la pared de la cocina. Hace caso omiso del insecto, toma la bolsa con los encargos, y sale de su departamento para encontrarse con su madre. Unos metros antes de llegar al panteón, encuentra un puesto de flores de cempasúchil.
—¿A cuánto? —pregunta, interesado.
—A treinta la docena.
Esteban mira a la vendedora que está sentada entre los dos canastos de flores. Su cabello, recogido en dos largas trenzas, refleja los años que han pasado sobre ella. Un rebozo negro le cubre los hombros y el pecho.
—Deme dos —pide.
—Que Dios lo bendiga —se despide la mujer, agradecida por la compra.
Él huele las flores, gustoso de tenerlas en sus manos y se adentra al panteón. El olor a tierra mojada le indica que las tumbas han sido limpiadas, la pintura fresca sobre las lápidas y los anuncios renacen las identidades de los difuntos.
—¿¡Dónde estabas!? —interroga su madre, tirando las últimas ramas que ha quitado de la tumba de su esposo—. ¡He hecho todo yo sola!
—Lo siento —se disculpa su hijo, y le entrega la bolsa, junto con las flores—. Me quedé dormido.
—Siempre igual, Esteban. ¿Seguro que no estás enfermo?
Él niega con la cabeza, ayudando a su madre a acomodar los objetos que faltan en la ofrenda. Deshace los ramos y coloca las flores en los espacios a los que corresponden, dando por terminada la tarea.
—Te veo en la noche. —dice su madre, abrazándolo—. No se te vaya a hacer tarde.
***
Antes de salir, encuentra la mariposa sobre el marco de la puerta. Con un rápido movimiento la asusta, con cuidado de no matarla y se dirige al panteón, diez minutos antes de la hora acordada para no llegar tarde. Una vez ahí, logra ver los perfiles de las personas, iluminados con las luces de las veladoras.
Se siente animado, al ver la vida que un lugar lleno de muerte puede tener en un día festivo como el primero de noviembre. La nostalgia, tristeza y solemnidad que lo rodean lo golpean de vez en cuando con un par de recuerdos de su padre.
Los colores de cada uno de los altares, unidos con el papel picado, muestran el esfuerzo con que las personas han recordado a sus familiares. El olor de la comida, pan de muerto recién horneado, la cera derretida, las flores y el incienso inundan su olfato. Las fotografías de niños sonriendo, hombres serios, mujeres jóvenes y ancianas lo miran al pasar. Su padre es el último en recibirlo.
Esteban distingue a una joven que mira la tumba. Se acerca para verla más de cerca, dándose cuenta de que está caracterizada como Catrina. El cabello ondulado cae sobre sus hombros desnudos, sus labios están remarcados de un fuerte color rojo, sus mejillas tienen adornos de flores, sus ojos, delineados con cuidado, lo miran con intensidad.
—Eres su hijo, ¿verdad? —pregunta, emocionada.
Un par de mariposas negras sobrevuelan alrededor de ellos. Esteban las asusta con sus manos, y le sonríe apenado a la joven.
—Quiero que se alejen —explica.
—¿Por qué atraen a la muerte?
—No... —Él la mira—. No sé, no creo que la atraigan.
La mujer sonríe, acaricia la mejilla izquierda de Esteban, y hace que sus labios se fundan con los de él. Éste siente como su corazón deja de latir, cómo su cuerpo empieza a desconectarse, como, todo lo que queda de él, se va con ella.
***
El panteón se ilumina con las luces parpadeantes de la ambulancia.
La señora Martínez acaricia el rostro de su único hijo mientras los paramédicos guardan el desfibrilador. Ahí, logra ver como una pequeña mariposa negra emerge del corazón.
Sigue el vuelo de la criatura hasta el fondo del panteón, donde una mujer con rostro de calavera la recibe. Un nuevo corazón, llevado por la muerte hasta el amor, se une a ella.
Las mariposas negras son sus amantes, sus víctimas, su única compañía.
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Ascalapha Odorata
ParanormalEsteban no cree en la superstición de que las mariposas negras atraen a la muerte, pero este primero de noviembre descubrirá que estos hermosos animales van más allá de creencia popular. *** One-shot festivo ambientado en el Día de muertos.