Capítulo 3

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MI OBSESIÓN

Había pasado una semana desde la llegada de Laura Mclaend, y con ello la amargura de mi existencia por su presencia —la causa de mi enojo constante era porque no estaba conmigo—. Pasaba los días en la cabaña muriendo de celos y ahora sí sabía lo que era ese sentimiento. Es la sensación más enfermiza causada por la inseguridad absoluta, carcome las entrañas perforándote los órganos hasta que la acidez corrosiva que expulsa se concentra en el inicio de la garganta causando una explosión de lava disfrazada de palabras hirientes en contra de la persona que te causa esa reacción sin poder controlarlo. Y ahora no solo la pretende Guillermo sino también un par de amigos más.

Acompaña a Natali a las reuniones sociales, mientras que yo me quedo iracundo conmigo mismo porque no me atrevo a invitarla, esa fluidez verbal, característica de mi ser con ella queda ausente, desaparece ante su mirada ambigua que me desconcierta. No he salido de casa desde que ella recorre los pasillos, los jardines, impregnándolos con su musical sonrisa, en cada rincón tengo su retrato impreso en mi memoria que acentúa aún más el estado deplorable de ánimo en el que me encuentro. Es un imán para mí, paso las tardes en el rancho martirizándome con el recuerdo de sus magnéticos ojos y al regresar me limito a cenar y me encierro en mi recámara. Mañana es domingo, asistiremos a la misa, luego quieren que la lleve a conocer algunos lugares de Londres. Así lo iba hacer.

Sé que le atraigo, no le soy indiferente, pero... si es así, por que acepta invitaciones de otros hombres, era una reacción contradictoria. Había salido en compañía de mi hermana, y en esas salidas había conocido dos admiradores más para atormentarme, eran dos amigos y habían quedado deslumbrados por esos ojos, y quién no. Al pasar por la sala de estar, escuché la conversación que Natali entablaba con mi madre sobre Laura.

—Te has hecho muy amiga de tu prima —le comentó. Insisto, debe tener dotes de bruja, no se le escapa nada.

—Sí, es muy divertida, también observadora, sólo que... dice cosas extrañas.

—De los amigos que le has presentado ¿le interesa alguno? —esa pregunta si me interesa, ¡gracias!

—No me ha dicho nada, no le agrada ninguno. Tal vez acepta porque le insisto en que me acompañe. Pero sí me pregunta por Franco —dijo Natali.

—¿Por Franco? —mi corazón palpitó emocionado, es lo mejor que escuchaba.

—Si... la pobre no sabe lo picaflor que es mi hermano.

—No quiero que le haga daño a esa niña —abrí mi boca, ¿la señora Isabel me degrada? —. No me mires así Natali, lo conozco y todo quiere menos tener algo serio.

—Me comentó que la había hecho sentir como a una vagabunda.

—¡Te das cuenta!, Franco no quiere a nadie. Ese jovencito no sé qué piensa, cree que la vida es un juego. ¡Me va a escuchar! —comentó ofuscada.

Solo pude escuchar hasta ese punto, la mente se me congeló en la frase que dijo mi hermana. Había ofendido a Laura. Salí a buscar el caballo, ella jugaba en el jardín con Lucía y Julieta. Tenía puesto un lindo vestido color verde manzana, por un instante nuestras miradas se cruzaron, la suya fue tan ingenua, igual a la de mis hermanas, me sonrió y me decidí a contestarle de la misma forma, Julieta se le tiró encima haciéndola caer al césped, me deleité con las notas altas y bajas de su risa. Ese hermoso sonido que se escuchaba desde que apareció en nuestras vidas. Me dirigí a las caballerizas, me subí al caballo, escuché el llamado desde el balcón del lado oeste del jardín.

—¿Franco a dónde vas? —¿qué?, mamá desde hace tiempo no me hace ese tipo de preguntas. Laura me observaba, lo sentía.

—A dar un paseo por los alrededores —me encogí de hombros.

El Amor de un FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora