Lo importante no es la senda, sino la firmeza de tus pasos al caminar.
Mieiramusa
Ainé
Desde que tengo uso de razón, siempre he escuchado que la fuerza del amor mueve montañas. Ese sentimiento que arrasa tu interior y lo convierte en llamarada o en ceniza, según sea su intensidad demoledora. «No hay nada más potente que lo que siente el corazón, mi niña», todavía puedo escuchar la voz hipnótica de mi abuela, mientras me relataba su relación prohibida con mi abuelo.
Sentada al lado de la chimenea, con el calor del fuego abrasador de testigo, apenas respiraba, me retorcía con nerviosismo, enredando en mis manos infantiles la franela rasposa de mi vestido de cuadros. Conteniendo el aliento cada vez que la narradora pausaba su relato, creando en mí una expectación infantil, deseosa por conocer hasta el mínimo detalle.
Esa pasión proscrita que había superado los obstáculos en una época difícil, repleta de perjuicios y prohibiciones, me tenía conquistada. Su voz dulce y melodiosa me transportaba a sus recuerdos en los cuales, unos instantes en el tiempo marcaron el curso de su historia.
Lo que nunca imaginé en aquellos momentos de mi tierna niñez, cuando apuraba mi cena para acercarme al calor del fuego, derrapando con mis zapatillas por el suelo (intentando ganar a mi gemela y ocupar el lugar privilegiado, cerca de mi abuela), que años después, sus sabias palabras se volverían contra mí.
Un amor intenso, esclavo y pasional, unido a una pésima decisión; me pondrían en una encrucijada que cambiaría el rumbo de mi felicidad para siempre.
Crecí en un pueblo costero del norte de España, donde la brisa de la mañana besaba tu piel al amanecer. Había sido la hija de un matrimonio de clase más bien baja. Cada euro que entraba en mi hogar era fruto del trabajo arduo y duro que mi padre realizaba en el puerto. Todavía hoy puedo recordar las charlas soporíferas que nuestros progenitores nos daban acerca de la importancia de la honradez, la lealtad y la nobleza.
El pueblo no era pequeño, aunque, su afluencia dependía de la estación del año; durante el invierno se percibía triste y apagado, todo el mundo se recogía temprano. Solo sus calles solitarias eran testigos mudos de un silencio abrumador.
Sin embargo, en un lugar del mismo, el bullicio nocturno era enorme; la lonja, a lo largo de la noche, los barcos cerqueros que salían a pescar sardina, regresaban a puerto en horas dispares, según la suerte de la faena. El atronador y potente sonido de la sirena que avisaba de su llegada, estremecía a todos los habitantes y comunicaba a los compradores la próxima venta de las capturas. Entonces, en unos minutos, la calma se terminaba y el alboroto en el muelle era intenso.
A pesar de la prohibición de mi padre, nosotros nos saltabamos las normas, bajándo al muelle pesquero, cuando conseguíamos escaparnos a través de la ventana maltrecha situada en la parte trasera de la casa. Mis padres, con unas creencias firmes, acérrimas, aunque, un poco anticuadas, eran mi ejemplo a seguir: amorosos y dulces. Ellos jamás consintieron que las penalidades fueran un impedimento para su unión inquebrantable.
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Reto al Destino (Editando)(completa)
RomanceGael Herrero, es un hombre forjado en las entrañas del infierno. No conoce, ni la piedad, ni la misericordia. No acepta el perdón y solo quiere la sumisión de sus subordinados. El amor no entra en sus planes, pero el matrimonio si. Ainé Castro es un...