1ero Y Único

39 6 5
                                    

Abrí los ojos y no reconocí dónde me encontraba, sentado en un mullido asiento de terciopelo rojo y viendo por la ventana que sólo me enseñaba tonos de verde pasando a la velocidad que el transporte dictaba.

El tren.

El tren del pueblo era la solución para muchos, para llegar a donde necesitaban.

Existe una ruta que fue clausurada hace demasiado, por cosas como el mantenimiento, la lejanía, obvias razones... Entre esas también se cuentan las desapariciones, y senderos pintados de rojo sangre.

Estamos ahora aquí, entrado al bosque.

Me desesperé y me apresuré a coger mi celular, pero mi compañera Stephanie me lo arrebató.

– ¡No seas estúpido! ¡Tenemos que disfrutar del viaje!

Lo lanzó por la ventana, a quién sabe dónde.

La maldije con ganas, antes de cambiarme de lugar.

Tenía miedo, el verde se hizo marrón, el marrón se hacía gris oscuro, el gris se hizo negro.

Las luces amarillas de cada vagón no transmitían calma alguna, aumentaban mi estado alerta.

¿Dolería mucho saltar del tren?

– Boleto, por favor.

La luz volvió a iluminarnos debidamente, sospecho que únicamente a nosotros en ésta sección.

– ¿Qué?– Me volteé a ver quién me hablaba.

– Boleto, por favor.– Repitió el hombre pálido, de uniforme impoluto en color azul oscuro y ojos sin vida, mientras extendía su mano frente a su cara.

Busqué en mis bolsillos y lo encontré, pero luego pensé: ¿Por qué mostrarlo? Podrían sacarme si no lo hago.

– No lo tengo.

– ¿Y qué es esto?– Dijo, poniéndolo ante mis ojos.

Quería gritar, pero mi garganta estaba seca.

– Vaya a sentarse, viene una zona muy... Concurrida.

Las luces parpadearon y me hicieron sentir desconcertado.

Me froté con fuerza los ojos y, para cuando esclarecí mi vista, el hombre ya no estaba.

Volví a mi lugar, pensando que mi paranoia se debía en su totalidad a los cuentos que los padres decían a sus hijos para mantenerlos lejos de las vías del tren, que fueron calando en nuestras mentes y nos programaron para alejarnos de un peligro que no era más que pura suposición.

Me senté en un lugar vacío. La mesa estaba limpia, no había equipaje alguno en los estantes altos. Desde ese lugar a la derecha del vagón podía verse casi toda la longitud del tren, que formaba una ligera curva, dándonos a entender que estábamos girando a una zona de vegetación más espesa.

Intenté ver el cielo, convencido de que su color azul celeste me calmaría, pero cuando vi los tonos de rojo y naranja me ofusqué y grité con exigencia:

– ¿¡Qué hora es!?

Mi amigo Johan me tomó del hombro.

– Cálmate. Son apenas las 2 de la tarde.

¿Es que nadie puede ver lo que yo?

Me convencí de que era un efecto del papel ahumado que protegía las ventanas.

Pero en eso, las luces volvieron a parpadear. Ahí, cuando nos vimos en la penumbra del tren, ya nadie pudo contener sus ganas de gritar, en especial con los baches que nos hicieron saltar en nuestros asientos.

Tren de la ruta artísticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora