Chispas en la hora dorada

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Un par de horas de insomnio y tensión más tarde, sus familiares se preparaban a ir al centro comercial. Las palabras "¿y no quieren ir?" cayeron como sentencia de muerte sobre los hombros de ambos.

Opciones a seguir:

1. Dejar que los arrastraran y sufrir en silencio mientras las horas más preciadas del día se les iban en comprar ropa, pero a cambio podían evitarse si tomaban direcciones separadas o tenían a la familia de por medio.

2. Tomar la decisión más responsable porque ya no eran niños, y llegar a una tregua para quedarse juntos en el departamento y así avanzar en la programación de una vez.

3. Hacerse bolita.

Se fueron por la opción dos, aunque su socialización se sentía más bien como el de la uno (parecían un par de gatos ariscos y asustados) y lo estaban asumiendo con la madurez de la tres.

Así era como a las diez de la mañana Luisa y Enrique se hallaban preparando la camioneta rentada (camioneta a la cual Miguel había cogido especial cariño por ser el lugar donde tomó de la mano a Hiro) y lidiando con el berrinche de Coco que no quería ir, mientras que tía Cass y Tadashi terminaban los últimos preparativos de su departamento para que los menores pudieran quedarse solos.

...O t r a v e z .

Hasta tía Cass ya sospechaba que había algo extraño ahí.

—Hiro, ¿seguro que no quieren ir? No vamos a estar de vacaciones para siempre, deberían de salir y disfrutarlo. —Preguntó ella mientras se echaba al hombro su bolso y dejaba que Baymax le untara protector solar en la cara.

—Mi recomendación sería que salieran a disfrutar del sol con debida protección para disminuir niveles de estrés y fomentar la síntesis de vitamina D. —Apoyó el robot.

—Escuché que en la ciudad va a haber un festival, con fuegos artificiales y todo, podrían ir allá incluso. —Completó Tadashi la santa Trinidad del "me preocupo por ti y tu salud mental que parece haberse visto afectada por un enamoramiento más obvio que garbanzo en el arroz".

Un escalofrío recorrió la espalda del adolescente que esperaba sentado en el sofá de la sala a que sus familiares estuvieran listos para salir, y así para poder despedirse de ambos. Ya se le empezaban a acabar las excusas, y su cerebro funcionaba aún menos después de la tremenda desvelada de anoche.

¿...B-Baymax dijo protección...? ¡NO! ¡Concéntrate! ¡Vaya un cerebro inútil!

—Es comprar ropa. Eso no se disfruta, se sufre. —Se quejó con un gruñido, hundiéndose aún más en los cojines y rezando porque la excusa colara. —Y más si también van a comprar muebles aburridos para el aburrido de Tadashi y su aburrido departamento.

—Juzgas mi gusto en muebles demasiado pronto, Hiro.

Aburridoooo.—Acompletó, desparramándose sobre el sofá. —Deberías dejar que Honey decidiera la decoración entera mejor. —Por toda respuesta, Tadashi le soltó un coscorrón que levantó a Hiro de golpe. —¡Auch!

—¿En una escala del uno al diez, cómo calificarías tu dolor?

—Cero porque tiene músculos de Bob Esponja, Baymax, pero gracias. Al menos ALGUIEN está de mi lado.

Tía Cass creyó su excusa a medias.

—¿Y tu amigo Miguel? —Preguntó tía Cass.

K u s o.

—Ennnn mi cuarto... ¿intentando encontrar mis gomitas...? —Esperaba que le hubieran creído esa última.

Miguel mientras tanto escaneaba las líneas de código que se mostraban frente a él, seguro de haber encontrado al fin una pista que les ayudara a regresar a la normalidad.

Tesis de un amor de verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora