Capítulo 1

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—Llegamos —anunció y debió respirar profundo para ahuyentar el llanto que amenazaba con ahogarla si no hacía caso omiso a su corazón palpitando alocadamente.

—Es bonito —dijo una ronca vocecilla a su oído, para luego ser otro suave ronquido en su espalda.

Erena sonrió. De alguna manera, escuchar la voz de ese pequeño crío de apenas tres años, le había dado la fuerza de seguir adelante y recorrer los pocos metros que le faltaban para entrar completamente a su destino.

*

—Ikki, despierta. Iré a correr. ¿Vienes conmigo? —preguntó Erena después de mover al mencionado. 

El chico se sentó en una cama que no recordaba haber ocupado. Pero no había manera de hacerlo, él había llegado completamente dormido a ese lugar que no conocía de nada.

—Si voy —dijo con una mueca de fastidio en el rostro.

La azabache sonrió. Entendía a la perfección ese sentimiento que el rostro de su hijo gritaba. De hecho, si Ikki hubiese dicho que no iba, ella se habría tirado de nuevo a la cama para dormir un par de horas más. Pero estaba tan ansiosa por su reunión con la quinta Hokage, que agradecía mucho que él hubiera aceptado. Necesitaba relajarse, y correr tenía ese efecto en ella.

Ambos se levantaron, vistieron y se dirigieron fuera de la habitación y el edificio en que habían dormido.

—¿Viviremos en un hotel? —preguntó el chico intrigado. Allí habían dormido.

—Solo en lo que encuentro una casa para nosotros —informó la mujer sonriendo y acariciando con su dedo pulgar la comisura de los labios del pequeño para quitar la saliva seca.

—Quiero una casa grande con un jardín grande —dijo el chico brincoteando. 

A pesar de que le costaba trabajo despertar y levantarse, una vez de pie era difícil que se quedara sin pilas.

—Cielo, esto es Konoha, no necesita un jardín grande. La aldea es como un enorme jardín.

Ikki asintió a las palabras de su madre. Podía ver lo que ella decía, y le gustaba mucho la idea.

Y le gustó mucho más después de correr por sus alrededores hasta terminar en la parte más alta de la aldea, esa desde donde podía ver todo lo que era su nuevo hogar.

Erena e Ikki desayunaron algo delicioso y fueron hasta Hokadia para enfrentarse a algo que Erena no deseaba enfrentar realmente. Pero cuando la oportunidad apareció frente a sus ojos, pensando que podía al fin ver de cerca a esa que no había podido abrazar nunca, aceptó sin pensar en lo que sería para su estómago volver al lugar del que había sido desterrada, donde había quedado todo lo que había amado.

—Ho... ¡Hola! —dijo Shizune emocionada, tirándose a los brazos de esa mujer que era la cría que había adorado desde hacía bastante años.

—Hola —respondió Erena correspondiendo al abrazo que le daba esa chica que amaba como a una hermana mayor.

—Dios mío, eres toda una mujer. Una hermosa mujer, déjame agregar.

—Muchas gracias. Tú igual te ves bien. El tiempo no te hace nada.

—Aja, zalamera mentirosa. No te creo nada. El espejo en mi baño dice todo lo contrario cada mañana —dijo la mujer burlona, sin soltar la mano de la chica que le sonreía—. ¿Estás nerviosa?

—Lo estoy —declaró Erena—. La última vez que nos vimos me dejó claro que me haría trizas se volvía, aunque igual me fui hecha trizas. Así que, aunque no estoy tan asustada, estoy muy nerviosa.

—Pues relájate. Es probable que las cosas sean, por mucho, menos desagradables de lo que estás esperando.

—¿Eso crees? —preguntó la recién llegada—. Espero que no hayas olvidado que es de mi vida, y de mi abuela, de lo que estamos hablando.

Shizune sonrió. Conocía a ese par, por eso entendía el recelo de la chica, y por eso también sabía que Erena no debía preocuparse de mucho.

—Mamá —habló Ikki un tanto conmocionado por ver a una completa desconocida abrazando, besando y sonriendo a su madre—. ¿Quién es esta señora?

—¿Señora? —preguntaron a unísono, y con sorpresa dolorosa, las azabache.

A los ojos de Erena, que ya no era una cría, Shizune no parecía una señora, pero a los ojos de ese niño azabache de ojos oscuros, definitivamente lo era.

—Soy tu tía, no una señora —dijo la discípula de Tsunade poniéndose en cuclillas para quedar a la altura del pequeño que medio se escondía tras las piernas de su madre—. Me llamo Shizune, y nos vamos a divertir juntos. Lo prometo.

—Hablando de eso —dijo Erena—... ¿podrías?

—Por supuesto —aseguró Shizune—. Ella te está esperando, así que deja que me encargue de este pequeño.

—No soy pequeño —dijo el niño molesto, apartando en un golpe la mano extraña que le acariciaba la cabeza—. Soy Senju Ikki.

—¡Que no te escuche tu abuela! —dijo en tono burlón la mayor—. Ven, vamos. Te mostraré la escuela a la que asistirás a partir de la semana próxima.

Ikki miró con duda a su madre, pero al verla asentir sonrió y aceptó la mano de la mujer que le miraba con una enorme sonrisa calvada al rostro.

»Suerte —deseó la mujer que se llevaba a lo más grande de su vida, y Erena sonrió segura de que necesitaría mucho más que suerte para salir no tan hecha pedazos de la habitación a la que entraría.

*

—¿Por qué volviste? —cuestionó Tsunade viendo a una chica, que hacía seis años no veía, entrar a su oficina.

—Tenías una vacante en el hospital, yo necesitaba un empleo.

La voz de Erena era vacilante y torpe. Sus rodillas temblaban y le prometían tirarle si no hacía un mejor esfuerzo, además sentía que en cualquier momento se pondría a llorar, o a vomitar.

—Pensé que vendrías por ella —informó la quinta logrando que el llanto de la azabache frente a ella fuera claramente visible y claramente audible.

—Dijiste que, pasara lo que pasara, e hiciera lo que hiciera, yo jamás la recuperaría, así que no digas cosas tan crueles. No tengo oportunidad contra ti, y lo sabes.

Tsunade respiró profundo, mirando a la ventana y dejando de ver a la cabizbaja chica que lloraba frente a ella.

—Cambié de opinión —declaró la rubia y la azabache se quedó sin aire. Levantó la cabeza y clavó su confundida mirada en la mujer que la veía con seriedad y parecía hablar con franqueza—. Puedes ser la madre de Sayumi si te conviertes en la madre de Narumi, también.

—¿Na... Narumi? —preguntó Erena volviendo a llorar.

—Ella es la hija de tu difunta ex mejor amiga, y la media hermana de tu hija —informó la quinta confirmando algo que a la azabache le había pasado por la cabeza.

Ella podía recordar claramente como, cuando creía que Sakura y ella eran amigas, habían planeado que, si algún día tenían hijas, les pondrías nombres parecidos. Sus hijas serían Sayumi y Narumi, y se amarían como si fueran hermanas.

—¿Difunta? —preguntó la azabache llorando un poco menos controlado.

—Falleció al dar a luz —informó Tsunade—. Eso fue una semana después de que naciera Sayuri y te fueras de la aldea. 

Las rodillas de Erena fallaron, por eso terminó llorando cual desolada niña pequeña en la entrada de la oficina de una abuela sin mucho tacto para dar noticias. 


Continúa...

RECUPERANDO LA FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora