Capítulo 3

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—¿Tienes idea de dónde ha sacado lo temperamental? —cuestionó Tsunade sentándose en la silla del comedor que estaba justo al frente de la silla que Erena ocupaba.

—Sakura era ochenta y siete por ciento mal temperamento —declaró la azabache después de inspirar hondo, y sonrió viendo al chiquillo que dormía en su regazo.

—¿Vas a amarla? —cuestionó la rubia y la mano de Erena que acariciaba la cabeza de Ikki se detuvo mientras sus ojos se posaban en su abuela.

—No puedes no amar a alguien solo porque tiene mal carácter —dijo Erena—. Además, Narumi es mi hija también, eso me hace amarla incondicionalmente. La cuestión aquí es si ella querrá amarme.

—Ella te ama. Ambas lo hacen. Narumi y Sayumi han vivido esperando que vengas con ellas y les des todo el amor que yo no les doy —dijo la quinta—. Por cierto, para ellas amor es que las consientan en exceso —aclaró—. Ellas creen que, porque soy muy estricta, no las amo.

Erena sonrió. Ella mejor que nadie sabía lo estricta que Tsunade podía ser. Pero también conocía su lado amoroso, ese del que vivía completamente agradecida, pues justo en ese momento le estaba dando algo que siempre creyó no tendría. A su hija, que ahora eran dos.

—Voy a arreglármelas —aseguró la azabache y se puso en pie para volver al hotel.

Tsunade leyó las intenciones de su nieta y, a modo de chantaje, soltó un comentario que le detuvo los pies. Ella, aunque no lo aparentara, quería cerca a esa que ya no era una niña, pero que seguía siendo su amada nieta, la hija del más grande amor de su vida: su amada Eri.

—Si te vas sin ellas, ellas pensarán que en serio tienes preferencias por Ikki —dijo la rubia y la morena le miró perpleja por medio segundo—. Es obvio que tengas más apego a él, pero deberías disimularlo un poco en lo que te acostumbras a que hay más para tus brazos.

Erena miró a su abuela con un poco de recelo. No es que la odiara. A pesar de todo el daño que le hizo, justo ahora estaba demasiado agradecida de que la hiciera parte de la vida de su pequeña, y su supuesta gemela; pero aún estaba el hecho de tener que volver a aceptar las reglas de esa casa y esa mujer.

»Solo por esta noche —dijo la mujer—. Mañana podrás mudarte a la casa de Eri, si quieres.

Erena abrió los ojos enormes. La casa de Eri era su sueño a pesar de que a penas y la recordaba. Cuando su abuela la sacó de esa casa ella tenía apenas un año más que Ikki y, después de eso, la rubia jamás le permitió poner un pie en ella.

—Gracias —dijo Erena con la voz tan ahogada que esa palabra fue más murmullo que palabra, y subió con una enorme sonrisa, empapada en lágrimas, a la que hubiese sido su habitación cuando vivió con su abuela.

—¿Por qué lloras, mami? —cuestionó la ronca voz de un niño de tres años—. ¿Te duele tu cabeza?

Erena no pudo responder. Su garganta era un nudo de dolorosas emociones ahogándole. Pero asintió en una mentira.

Ikki se incorporó un poco y besó la frente de su amada madre. Entonces volvió a recostarse en el hombro de una que paró de sollozar, no quería molestar a su pequeño y amado bebé. Uno de sus dos amores de la vida, sus hijos.

*

Cerca de las cinco de la mañana, Erena dejó la cama. Levantarse temprano no era lo suyo, pero estaba cansada de haber pasado siete horas consciente en la cama.

En toda la noche no había logrado pegar un ojo. Su cabeza estaba obsesionada con lo que ocurriría la siguiente mañana así que, en cuanto consideró que era una hora prudente para dejar la cama, se puso en pie y se dispuso a ir a la que fue su casa y sería su hogar.

—¿Te vas ahora? —preguntó su abuela que la descubrió poniéndose los zapatos en la entrada, le miraba contrariada. Ella no llevaba a Ikki, eso era algo inusual.

—Necesito tiempo a solas —informó la azabache—. Ikki despertará cerca o pasado de las diez. Vendré entonces por él, no te dará lata, lo prometo.

—Narumi y Sayumi despiertan a las ocho —mencionó la rubia haciéndola caer en cuenta que había más que un hijo para ella ahora—. Será mejor que estés aquí antes de eso.

Erena asintió y dejó la casa con el corazón agonizando en ese desconocido sentimiento que le hacía parecer emocionada, pero que la mantenía en una dolorosa ansiedad, prometiéndole una profunda tristeza.

La morena caminó un par de calles, atravesó un parque y sintió una punzada atravesar su cabeza cuando esa vereda que daba a la casa de su madre apareció frente a sus ojos. Tragó un grueso de saliva y caminó hasta el pórtico de esa casa que recordaba mucho más grande y luminosa que lo que veía.

Erena se mordió los labios viendo el entorno distorsionarse entre sus lágrimas, y debió sorber la nariz para que sus mocos no salieran de ella. Entonces inspiró hondo y sopló lento disfrutando de ese pequeño dolor en su sien derecha.

Dio algunos pasos y sonrió idiotamente al pisar el primero de tres gradines que eran los que debía subir para estar en su pórtico que estaba empolvado hasta el último rincón, igual que el columpio para dos que pendía del techo en la entrada.Luego empujó una puerta que no recordaba tan liviana ni tan quejosa.

El polvo se levantó en la claridad del día recién levantado, y los ojos de la chica dejaron de estar borrosos cuando las lágrimas al fin resbalaron por sus mejillas. Su casa era lo que no recordaba, pero había vivido.

A la entrada estaba un espacio amplio con una empolvadísima y enorme alfombra, del lado derecho estaba la sala, con un enorme librero testo de novelas que recordaba haber escuchado a su madre leerle; a la izquierda estaba la cocina y el comedor, con una pequeña bodega vacía en el fondo, era la alacena. Después de la alfombra había una gran escalera que subía y se abría a ambos lados, dando paso a la segunda planta donde estaban cinco habitaciones, todas con terraza.

Eri siempre disfrutó de diseñar, y de la naturaleza. Por eso su casa estaba rodeada de ella, y siempre estuvo incluida en ella también. El jardín era una parte del bosque que le rodeaba, además tenían un pequeño vivero del otro lado del dojo, cada uno detrás de la alacena y el librero, con acceso a ellos desde dentro y fuera de la casa.

La azabache recorrió todos los espacios con los pies y el corazón, mientras destellos de cosas que había vivido le hacían doler la cabeza; y sonrió cuando vio el vivero lleno de vida. Solo entonces cayó en cuenta que el jardín no estaba lleno de maleza como debería tras tantos años de abandono.

Recordó sus lecciones de judo y yoga en el dojo, mientras hacía mal todo lo que su madre hacía perfectamente. Como le pasaba ahora a Ikki cuando "entrenaba" con ella.

Luego recorrió las habitaciones y sonrió al ver su hermosa habitación, una que no se detuvo a ver porque, según recordaba, jamás la utilizó. Siempre durmió entre los brazos de su madre, por eso lloró destrozada cuando abrió la puerta de la habitación que compartieron mientras ella vivió.

Erena recorrió el lugar con la mirada. Estaba tan luminoso y fresco como lo recordaba, incluso olía a lo que siempre olió. A su mamá.

El lugar estaba tan bien cuidado que incluso se aventuró a pasar las yemas de sus dedos sobre uno de los muebles, comprobando que no había una sola pizca de tierra. Dedujo entonces que ese lugar no olía a su mamá, sino a su abuela que seguramente limpiaba el espacio para poder utilizarlo. Lo confirmó cuando encontró la última novela del séptimo sobre la mesita al lado de una mecedora.

—Ella te extraña tanto como yo —dijo para una que hacía años no estaba y en el futuro nunca estaría—. Estoy en casa, mami —anunció sin poder contener una nueva ronda de doloroso llanto. 


Continúa...

RECUPERANDO LA FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora