Los primeros años
Desde el amanecer hasta el crepúsculo, el joven príncipe Jimin y la princesa Aurora eran inseparables. Criados en la tradición y la sabiduría de sus reinos, ambos compartían no solo el lazo de la amistad, sino también la responsabilidad de aprender todo lo necesario para algún día gobernar sus tierras. A pesar de ser de la realeza, se les inculcó desde pequeños que debían conocer y entender cada aspecto de la vida en sus reinos, desde lo más humilde hasta lo más elevado
Las lecciones en el castillo de Eryndor
La luminosa sala privada del castillo de Eryndor era un lugar donde el tiempo parecía detenerse. Las grandes ventanas arqueadas permitían que la luz del sol bañara las paredes de piedra gris, proyectando sombras suaves que danzaban con el viento. El resplandor dorado iluminaba las estanterías de roble oscuro, repletas de antiguos pergaminos y libros encuadernados en cuero, cuyos lomos desgastados contaban historias de siglos pasados. El aire estaba impregnado del olor a tinta fresca y pergamino viejo, una fragancia que envolvía a todos los presentes en una atmósfera de sabiduría y tradición.
Jimin y Aurora, sentados uno junto al otro en un escritorio tallado con intrincados diseños florales, escuchaban atentamente las lecciones impartidas por los mejores sabios del reino. El escritorio, hecho de un maderero raro que solo crecía en los bosques de Eryndor, era una obra de arte en sí misma, sus detalles representando las batallas y alianzas que habían dado forma al reino. Los sabios, ataviados con túnicas de colores apagados que denotaban su dedicación al conocimiento, se movían de un lado a otro, sus voces graves resonando con autoridad mientras recitaban lecciones de historia, matemáticas y las lenguas de los reinos vecinos.
"Y así, la Gran Guerra de los Tres Reinos cambió el curso de la historia," decía el sabio Eldric, con su larga barba gris moviéndose ligeramente mientras hablaba. "Es crucial entender estos eventos, pues de ellos aprendemos las lecciones que guiarán nuestro futuro."
Pero a pesar de la solemnidad que impregnaba la sala, había una chispa de travesura que nunca dejaba de brillar en los ojos de Jimin y Aurora. La princesa Aurora, con su cabello tan oscuro como la noche dando un brillo bajo la luz del sol, lanzaba una mirada de complicidad a Jimin, quien trataba de mantener una expresión seria, pero sus labios temblaban en un intento fallido de contener una sonrisa.
"Jimin," susurró Aurora con voz suave, inclinándose hacia él. "¿Cuánto tiempo más crees que Eldric hablará sobre esa vieja guerra?"
Jimin, sin apartar la vista de la pizarra donde Eldric dibujaba con tiza los movimientos estratégicos de una antigua batalla, murmuró en respuesta, "Probablemente hasta que nuestras barbas sean tan largas como la suya."
Aurora sofocó una risa, cubriendo su boca con la mano. Pero Jimin, siempre dispuesto a llevar las cosas un poco más allá, decidió que era hora de animar un poco la clase. Deslizó disimuladamente un pequeño frasco de tinta roja de su bolsillo y, con un rápido movimiento, derramó una gota sobre su propio pergamino. Luego, alzando la mano con fingida urgencia, llamó al sabio.
"Maestro Eldric," dijo Jimin, su voz llena de preocupación, "creo que me he cortado con el pergamino."
Eldric se giró rápidamente, sus ojos entrecerrados tras los gruesos lentes de lectura, y se apresuró hacia el príncipe. Aurora, viendo lo que Jimin había hecho, luchaba por contener la risa, sus ojos llenos de diversión.
"¡Por los dioses, Jimin!" exclamó Eldric al ver la tinta roja esparcida sobre el pergamino. "¿Cómo has logrado esto?"
Jimin mantuvo su expresión seria, levantando la mano para mostrarle la supuesta "herida" que, por supuesto, no existía. "Fue un accidente, maestro. El pergamino es más afilado de lo que parece."