Capítulo 1

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La joven abrió sus enormes ojos con dificultad. Había salido de su letargo tras horas, o eso fue lo primero que ella pensó mientras hacía el esfuerzo por desadormecerse. Sentía un gran pesar en sus párpados y la luz solar no era de gran ayuda, pero a la par que clavó las palmas de sus manos en la arena y se apoyaba en sus rodillas, dejó que sus pupilas–aún dilatadas y, por tanto, sin plena claridad de visión–contemplasen la densa y sorprendente selva que tenía ante sus ojos.

El desaliento que en ese momento le invadió no le permitió mostrar emoción alguna. Ni pena, ni desconcierto. Pero su cuerpo, de un modo involuntario, le indicó que se sentase para que su mente asimilase lo que había pasado. Como mínimo, aquello era una isla, pero, ¿qué hacía ella allí?

Se llamaba Nerea, eso lo primero, y un gran paso para su memoria, que, si estuviese–hipotéticamente–afectada, no lo estaba de manera profunda.

En segundo lugar, era rubia, bajita, delgada... Sí, sí. Definitivamente se acordaba de sí misma, pero, ¿cómo había llegado a ese lugar?

Entonces vino a su cabeza la imagen de su maleta yéndose por la cinta transportadora de equipaje y la de ella misma pasando por el escáner. A continuación, recordó que miró su vuelo en la pantalla: a las 9 y 30, con destino a la India y una duración de casi 11 horas–sin contar la hora y media de escala–, pero todo fuese por visitar al tío abuelo Joan Carles, que instruía en las artes musicales a los muchachos más ricos del país.

El tío Capde, que así se hacía llamar él, no había podido ir a verles desde que tenían 13 años, y ahora tenían 18, 18 y 20, cada uno.

Fue ahí cuando el sobresalto se manifestó en ella de manera repentina haciendo de sus ojos unos aún más grandes y generando pinchazos por la mayoría de sus músculos al ponerse en pie de un salto. ¡Sus hermanos! Había viajado con ellos y no se encontraban a su lado. Ella ya no estaba en el avión.

La arena rechinó entre sus muelas y la hizo escupir un par de veces. Qué asco, jopé. Dio una vuelta sobre sí misma: árboles, arena, un océano completamente despejado y un avión que daba una enorme sombra a gran parte de la playa.

Dios mío, pero dónde estoy. ¿Y si están todos muertos? Cómo es posible que yo esté aquí intacta...

Pensaba y, al mismo tiempo, se miraba ambos brazos y una pierna detrás de la otra. Le dolía un poco el labio inferior y acercó los dedos para ver si sangraba, pero no era el caso, así que no se preocupó en absoluto.

Ella sabía que la probabilidad de sobrevivir a un accidente aéreo era muy, pero que muy escasa. Y más le extrañó aún al ver lo siguiente que acaparó su vista. Un escalofrío le recorrió toda la espalda al ver un chico con alguien en brazos.

Por una parte, pensó que serían sus hermanos, ya que una melena del color del café estaba suspendida en el aire, pero al ver los bucles de aquella cabellera, levantar la mirada hacia el chico y darse cuenta que no tenía una tonalidad dorada en su pelo, sintió desilusión.

Observó a aquel muchacho posar sobre la arena, con cuidado, a la portadora aquellos rizos y tras echarle un último vistazo–como para asegurarse de que estaba bien–, volvió apresurado dentro del avión.

Nerea corrió, con decisión y sin dar lugar a la duda, a preguntarle por sus hermanos, pero antes de ello, encontró, por suerte, a quien con tanto ímpetu buscaba.

–¡RAOUL! ¡Raoul estás aquí! –Rió aliviada y se tiró a su lado, a plomo, sin pensar en el daño que se haría en las rodillas. –No sé qué ha pasado Raoul, pero he estado muy asustada. Menos mal que te he encontrado...

Le llenó la cara de besos y caricias mientras que su mano izquierda reposaba en el pecho del muchacho. Este no parecía responder, pero Nerea, esperanzada, seguía hablando.

Into the wild.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora