Capítulo 2

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¡Hola a todos! Primero de todo agradeceros que estéis leyendo esto. Y segundo, pediros paciencia. Es una historia que comienza despacio, porque quiero explicar bien a cada personaje (ya que hay parentescos que no son reales, como habéis visto). Pero yo os prometo contenido de todo tipo y pronto. De nuevo gracias 💖

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Poco a poco, gracias a los mimos y a la dulce voz de Raoul, Aitana fue recuperando el conocimiento. Cuando unas pequeñas rendijas en sus ojos dejaron asomar el color verde, sus dos hermanos exclamaron su nombre a la par y la abrazaron.

Ella no entendía muy bien el porqué de tanta efusividad. Quizá su nariz no se hubiese agudizado aún y su mirada no hubiese visto más allá de las cabezas de sus hermanos–sin hablar de su pierna–, si no, lo entendería.

–Hola chicos, ¿qué os pasa? –Preguntó con una tímida sonrisa y prácticamente en un susurro.

–Aiti, no te asustes, –comenzó su hermano– pero el avión se ha estrellado y creo que estamos en una isla.

Las rendijas verdes desaparecieron conforme su mayor confidente pronunciaba las palabras, y pasaron a ser dos enormes iris del color de las olivas que pedían más información de la que se les estaba dando.

–Sí, y tienes una herida enorme en la pierna.

–¡¿Pero eres tonta Nerea?!

Pocas veces le pasaba, pero el chico perdió los estribos con su otra hermana, que a veces era tan directa y tan poco oportuna... La pobre, en seguida se dio cuenta e intentó enmendarlo diciéndole:

–Pero te vas a poner bien, te vamos a cuidar todo el tiempo.

Aitana ya no había oído nada más allá del pero, porque clavó su vista en su pierna.

Quiso chillar, pero empezó a notar un insoportable dolor en su muslo y no pudo hacer nada más que gimotear entre lágrimas de desesperación y dolor.

Así era la raza humana, se guiaba en la mayoría de los casos por un único sentido: el que estaba protagonizado por los ojos. Y si no veían algo, simplemente no existía en la mente.

–No llores, por favor. Te vas a recuperar, Nerea y yo te lo prometemos.

No sabía si la chica le había oído, pero él había prometido algo que cumpliría, como siempre hacía.

Miró la herida fijamente. Tenía muy mala pinta. Ella estaba delgada, pero en esa zona concretamente–el muslo derecho–, como en cualquier ser humano, se dejaba ver–aunque ensangrentada–la grasa perteneciente a la segunda capa de la piel, la dermis.

Afortunadamente, no había llegado al músculo y la herida no superaba los cuatro centímetros, pero eso ninguno de los tres lo sabía, y Aitana tenía un dolor insoportable por toda la extremidad.

La sangre, que aún no había dejado de brotar, se había secado sobre ella misma y sobre el asiento, pero aún había gotas y gotas de esta, líquida, que hacían de aquello una espantosa imagen.

La chica se había puesto falda ese día, de modo que nada la protegió frente a esa ofensiva que no recordaba haber sufrido. Ni siquiera recordaba que el avión hubiese caído.

Tan solo se acordaba de la azafata y el piloto diciendo que había turbulencias, que se abrochasen los cinturones y que estuviesen tranquilos. Tras esto, un mal olor que seguramente viniese del baño y absolutamente nada más.

Sin poder frenar su llanto y sin la mínima posibilidad de consuelo, Raoul y Nerea decidieron sacar de allí a su hermana. La cogieron con todo el cuidado el mundo. Él pasó su brazo derecho por debajo de las piernas de Aitana y el izquierdo por la espalda.

Into the wild.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora