Un féretro de escape.

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En todas las grandes historias hay increíbles personajes masculinos. Hombres con barbas acicaladas, generalmente vestidos de manera sobria, algunos con anteojos o con una verruga en el pómulo. Hombres que según la historia, crearon la sociedad como la conocemos. Pero en este relato, el personaje principal no es un hombre porque ya murió y la mujer que decidió acompañarlo en sus años de vida ahora toma su lugar, y es ella quien está haciendo la historia.

Ahora, en un esfuerzo de imaginación les pido que se ubiquen en la Pennsylvania de 1853 que es allí donde toma forma mi relato.

La protagonista de nuestra historia es Henrietta Duterte. Una robusta mujer negra, la primera en la historia en ser directora de una funeraria, de mirada apacible y sonrisa al estilo Mona Lisa, ella es quien recibe a la gente respetuosamente.

Imaginenla en aquel viejo edificio a cargo de todo: lavando, vistiendo, velando por los fallecidos y organizando sus procesiones. Imaginen sus manos, negras, pequeñas, activas, lavando pacientemente la descolorida piel de un fallecido, mientras mira de reojo el cajón que descansa en una esquina de la habitación y piensa en cómo hacer para meter a un hombre tan robusto en un lugar tan estrecho.

Se encuentra mirando minuciosamente la vestimenta del difunto mientras las yemas de sus dedos detectan dónde está el pliegue molesto en la camisa almidonada y lo corrigen enseguida; y para cuando el velatorio de un tal Herbert llega a su fin y se disponen a acompañarlo hacia el cementerio, Clarice entra por la puerta.

Clarice no está para nada muerta, más bien está bastante viva, pero busca una experiencia cercana a la muerte: necesita desesperadamente un féretro.

Verán, nuestra protagonista es parte del Underground Railroad, lo que se traduce como la agrupación de personas que busca ayudar a los esclavos a escapar de su cautiverio. El nombre de Henrietta era sinónimo de libertad para gente como Clarice: esclavos roídos y cansados de la violencia de una vida injusta y preferían pasar por muertos y viajar dentro de un claustrofóbico féretro sin saber a ciencia cierta qué podría pasarles, impulsados sólo con la idea de que más allá la libertad los esperaba con los brazos abiertos.

Henrietta Duterte, Du-tie, corregiría ella, cada vez que alguien pronunciara mal su apellido, abría la puerta de la funeraria todas las mañanas, consciente de que con su labor diaria ponía en jaque creencias más fuertes de aquella época; que una mujer no podía tomar las riendas de su vida, trabajar y ser independiente.

Me gustaría decir que en mi relato hay más datos, más hazañas extraordinarias, pero no. La historia poco me dice de aquella mujer, como de muchas otras que no me enseñaron en la escuel por lo que mi ya limitada imaginación y todo el escenario que acabo de crear se termina allí.

Sé que fue madre y que trabajó hasta tres días antes de morir en diciembre de 1903. También se dice que su último cliente fue un joven negro y que ella se conmovió; quizás porque aún habiendo trabajado toda una vida de cara a la muerte nunca había logrado entender las formas en las que ésta trabaja o quizás, porque vio en aquel extraño una señal que le indicó su cercano final y no pudo contener el miedo o la ilusión de descansar luego de una vida llena de lucha.

Su negocio fue continuado por sus hijos o su sobrino y aparentemente no hay más rastros de la funeraria luego de 1927. No sé qué es del edificio en el todo sucedió, si es que alguien al pasar por la puerta sabe que allí, en ese lugar de muerte, se respiró además, aires esperanza y hermandad.

Si actualmente uno busca sobre Henrietta lo único con lo que se encuentra es un par de fotos, dos o tres artículos repetitivos, un video de un minuto y este cuento desinteresado que busca traer el espíritu de Henrietta oculto entre sus letras, como si de un féretro se tratase, para que ella utilice estas páginas como vías de escape y que su nombre resuene entre la gente.

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⏰ Last updated: Apr 16, 2018 ⏰

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