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7:24 P.M, logré ver en el reloj que reposaba en mi mano izquierda, 20 minutos más que la hora acordada.

«Siempre llegando tarde» me quejé en mis adentros.

Sin alguna otra opción, más que esperar, empecé a jugar con el vaso de cristal que desde hace ya media hora permanecía sobre mi mano, batiendo el líquido que este poseía con el menor interés posible de un lado a otro. No fue hasta después de unos tres minutos que mis ojos interceptaron la entrada de una chica con falda corta, haciendo perfecto juego de colores con sus labios al rojo vivo.

Era ella.

Me había aprendido de memoria ese caminar tan esplendido y bien ensayado del que ella gozaba, ese transitar no era algo que se viera con normalidad; sexy, amenazador e impactante, todo en el mismo lugar, y emitiendo una melodía atrayente al compás de sus movimientos.

¿Ella?, un arma de doble filo.

¿Yo?, el idiota que, aun sabiéndolo, se cortaba una y otra vez, sin arrepentirse de ello.

No hice ningún movimiento, sólo me quedé ahí, contemplándola, apreciando esa hermosa danza que sus caderas tanto dominaban. El verla le causaba a mis hormonas un choque de adrenalina y excitación, despertando junto a ellas mis más profundos deseos sexuales, en lo único que mi cerebro lograba pensar era en quitarle cada prenda, una por una, y recorrer cada rincón de la habitación mientras nos comemos hasta el alma.

- Buenas noches -escuché, sacándome del trance.

Desvainé mi mano derecha del bolsillo y me terminé de incorporar, quedando a unos centímetros de ella.

- Perdona la demora, se me presentaron algunas cosas de camino acá -se disculpó.

En mi mente ya tenía la respuesta a sus palabras; pero mi boca se negó rotundamente a la orden que intentaba darle:

- Lamento la arrogancia, pero, ¿desde cuándo estamos para formalidades?

Cuando la última gota de vino cayó sobre mi lengua tiré el vaso de cristal hacia un lado, recibiendo como respuesta el sonido del mismo al romperse.

Posé mis manos sobre su cadera mientras la juntaba conmigo en un beso desesperado, la arrinconé contra la pared y con mis labios le empecé a plasmar un camino de besos y mordidas alrededor de la garganta. Escuché como dejaba caer su bolsa al piso y súbitamente colocaba ambos brazos alrededor de mi cuello, imitando la función misma de una bufanda.

Proseguí con la estimulación a sus alrededores con la simple inspiración que sus jadeos me daban. Luego de unos minutos decidí ir más allá, hice caso omiso de su blusa tirándola hacia atrás sin tener la más remota idea del lugar al que la había mandado, y me hubiera ecantado quitarle el brasier, pero no traía.

Cuando mi lengua hizo contacto con la punta de su pezón ella colocó ambos brazos sobre mi cabello, halando de el con fuerza como si arrancármelo del cráneo fuera su propósito. De pronto escuché como un gemido se escapaba de sus labios, dándome la señal de que iba por buen camino.

Mi lengua estaba haciendo un tira y afloja con ambos extremos, dedicándole su respectivo tiempo a cada uno y sintiendo como estos se endurecían tal piedra.

En mi entre pierna ya se veía el bulto, al igual que la fuerza que hacía para intentar salir de la tela que lo encarcelaba.

- ¡Hazlo ya! -me dijo con voz lasciva.

En el segundo que me despegué ella ya había adoptado otra posición, permanecía recostada contra la pared, levantando el trasero hacia mí. No quise hacerla esperar; abrí el cierre de mi pantalón, sacando el erecto pene por el mismo, quité la falda de mi camino y sin poder evitarlo le di una nalgada en el glúteo derecho, dejando unas marcas carmesíes en él. Hice a un lado la tanga negra que traía, permitiendo a mis ojos ubicar ese agujero de labios rosados que tanto me encantaba, y más abajo se podían ver gotas de su lubricación bajando por la entre pierna, perdiéndose entre lo más incógnito de sus extremidades.

Sostuve el glande entre mis dedos y lo fui introduciendo poco a poco en su vagina. Inicié con los movimientos al instante, primero lentos, luego con un poco más de velocidad. Hasta que la lujuria me dominó e intentaba no hacer otra cosa más que romperla por completo; estrellando mi cuerpo contra el suyo sin compasión ni amabilidad.

Sus gemidos cada vez se volvían más frecuentes, mezclándose perfectamente con el sonido que creaban sus glúteos al ser impactados. Sentía como la pared de su vulva intentaba tragarse mi pene por completo, llevándome más cerca del clímax. Luego de recoger vagamente su cabello empecé a jalar de él.

Al cabo de unos minutos ella me detuvo, me echó unos centímetros atrás y alzó una de sus piernas a la altura de mi hombro, yo sólo sonreí y la terminé de cabalgar sobre mi abdomen, prosiguiendo con la penetración.

Cuando mi excitación ya estaba llegando a su punto más alto no dudé en embestirla con más fuerza, más, y más fuerza, procreando sonidos explícitos que retumbaban en cada esquina.

- Dámelo todo, ¡dámelo! -gritó.

A los pocos minutos sentí como mi cuerpo se preparaba para liberarlo; le di la que supe sería mi última embestida y lo dejé salir, derramando todo en el interior de su vagina.

Mis piernas no aguantaron otro segundo; dejándome caer sin más junto a ella sobre el piso.

Ambos estábamos jadeando sin parar, intentando recuperar el aire agotado de nuestros pulmones.

Por el rabillo del ojo logré ver la presencia de una pequeña gota de sudor bajando por su espalda, perdiéndose en el momento que ella decidió ponerse de pie.

Yo simplemente me limité a mirarla, y le dije: - ¿Lista para el segundo round, Lyiana?

Su caminarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora